Cuando estoy ansioso

Cuando me ataca la ansiedad a causa de la
enfermedad, peleo contra la incredulidad
con la promesa: «Muchas son las aflicciones
del justo, pero de todas ellas lo libra el
Señor» (Salmo 34:19). Y recibo con temblor
la promesa de Romanos 5:3-5: «la tribulación
produce paciencia; y la paciencia, carácter
probado; y el carácter probado, esperanza;
y la esperanza no desilusiona, porque el amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo que nos fue dado».

Cuando me vuelvo ansioso ante el pensamiento
de envejecer, lucho contra la incredulidad con
la promesa: «Aun hasta vuestra vejez, yo seré
el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo
os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré;
yo os sostendré, y yo os libraré»
(Isaías 46:4).

Cuando estoy ansioso respecto a la muerte,
peleo contra la incredulidad con la promesa de
que «ninguno de nosotros vive para sí mismo, y
ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos,
para el Señor vivimos, y si morimos, para el
Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o
que muramos, del Señor somos. Porque para esto
Cristo murió y resucitó, para ser Señor tanto
de los muertos como de los vivos»
(Romanos 14:7-9).

Cuando me siento ansioso al pensar que podría
naufragar en la fe y alejarme de Dios, peleo
contra la incredulidad aferrándome a dos
promesas: «el que comenzó en vosotros la buena
obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo
Jesús» (Filipenses 1:6) y «Él también es
poderoso para salvar para siempre a los que por
medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive
perpetuamente para interceder por ellos»
(Hebreos 7:25).

Hagamos la guerra no contra otras personas,
sino contra nuestra propia incredulidad.
Esta es la raíz de la ansiedad, que a su vez,
es la raíz de tantos otros pecados.

Por eso, mantengamos la mirada fija en las
preciosas y grandiosas promesas de Dios.
Tomemos la Biblia, pidamos ayuda al Espíritu
Santo, guardemos las promesas en nuestro
corazón, y peleemos la buena batalla para
vivir por fe en la gracia venidera.

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