¿Te has preguntado alguna vez cómo la ausencia de Jesús puede ser una ventaja para nosotros? Me refiero a algo que Jesús dijo a sus discípulos justo antes de morir:
«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Jn 16:7-11)
¿Qué «Ayudante» podría ser mejor que la perfecta y poderosa presencia y testimonio de Jesús con su pueblo en la tierra?
Me imagino que esta pregunta pasó por la mente de sus discípulos cuando Jesús anunció que los dejaba (Jn 16:5-6). ¿Qué ventaja les supondría que el Mesías se marchara, cuando su misión aún no había sido completada, y les iba a enviar a ellos como sus sustitutos? ¿Cómo podrían ser más eficaces que él? No se sentían ni de lejos preparados, y su comportamiento colectivo durante los siguientes dos terribles días sólo parecía confirmarlo.
Pero Jesús sabía que su ausencia supondría una enorme ventaja, no sólo para sus discípulos más cercanos, sino «para los que [creyeran] en [él] por su palabra» (Jn 17:20). Su intención era potenciar su experiencia (y la nuestra) de su presencia y testimonio global más allá de lo que habían imaginado.
No sólo Con, sino En
Una de las ventajas de la ausencia física de Jesús, la que Jesús mencionó explícitamente, es que el Ayudante vendría a los discípulos (Jn 16:7). El Ayudante es, por supuesto, el Espíritu Santo, al que Pablo llama «el Espíritu de Jesús» (Fil 1:19). Aquí es donde forzamos los ojos de nuestra mente al tratar de asomarnos al misterio que es la Trinidad.
Esa misma tarde, Jesús había dicho a sus discípulos que, aunque se iba a preparar un lugar para ellos (Jn 14:2-3), no los dejaría huérfanos, sino que volvería a ellos (Jn 14:18). Pero en lugar de limitarse a estar con ellos -que es todo lo que habían conocido hasta entonces-, Jesús iba a dar a cada discípulo (incluidos todos los que después le seguiríamos) la experiencia más profunda e íntima del Padre y el Hijo habitando en ellos por medio del Espíritu (Jn 14:17, 23).
Esto significaba que cada discípulo experimentaría la ventaja de una manifestación personal y una comunión con el Dios trino. Pero esto plantea la pregunta: ¿Por qué debe estar Jesús ausente físicamente para que el Consolador esté presente (Jn 16:7)?
¿Por qué se requiere la ausencia de Jesús?
Bueno, no puede ser que haya alguna razón metafísica que haga imposible que el Espíritu Santo esté presente y llene a los creyentes cuando el Hijo encarnado está presente, porque eso no tendría sentido a la luz de muchos textos de las Escrituras.
El Espíritu está claramente activo durante el ministerio terrenal de Jesús, incluso desde los primeros días. No sólo se nos dice que María concibió a Jesús por el Espíritu Santo (Lc 1:35), sino que Elisabet (Lc 1:41), Zacarías (Lc 1:67) y Simeón (Lc 2:26-27) fueron llenos del Espíritu Santo con Jesús presente. Y si no fue el Espíritu Santo, entonces ¿quién dio poder a las profecías de Juan el Bautista y quién le reveló a Juan quién era Jesús (Jn 1:29-34)? El propio Jesús le dijo a Nicodemo que nadie nace de nuevo sin la participación del Espíritu, y no se refería a un futuro después de la ascensión (Jn 3:6-8), y les dijo a sus discípulos que «el Espíritu es el que da la vida» (Jn 6:63).
Entonces, ¿cuál es la razón por la que Jesús tuvo que irse para que viniera el Espíritu, el Ayudante? D.A. Carson lo explica,
El pensamiento es escatológico. Las muchas promesas bíblicas de que el Espíritu caracterizará la era del reino de Dios… generan anticipación. Pero este reino salvador de Dios no puede inaugurarse plenamente hasta que Jesús haya muerto, resucitado de entre los muertos y haya sido exaltado a la diestra de su Padre, regresando a la gloria que disfrutaba con el Padre antes de que el mundo comenzara. (El Evangelio según Juan, 533-534)
El Espíritu no podía ser derramado sobre toda la carne (Jl 2:28; Hch 2:17) en la plenitud del nuevo pacto hasta que Jesús fuera exaltado por el Padre (Fil 2:9-11), donde «debe reinar hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies» (1 Co 15:25).
Presente en todas partes con todos
Una segunda ventaja de la ausencia física de Jesús se ve en las palabras «convencer al mundo» (Jn 16:8). Jesús tenía en mente una misión de alcance mundial. Su misión era mucho más amplia y tardaría mucho más en cumplirse de lo que los once comprendían hasta ese momento.
Jesús tenía la intención de que miles de millones de personas escucharan su evangelio en múltiples continentes alrededor del mundo en el transcurso de muchos siglos. Su presencia física en la tierra sería un enorme atractivo para sus discípulos. ¿Quién querría pasar su vida lejos de él cuando podía estar con él?
Por tanto, parte del diseño escatológico de Dios es una estrategia que encaja con las necesidades de esta misión masiva. Sólo podría llevarse a cabo si la poderosa presencia de Jesús estuviera en millones de discípulos mientras llevan el evangelio a miles de millones de personas en todo el mundo durante milenios.
Por eso, a todos nos conviene, por ahora, que Jesús esté físicamente ausente. Debido a esto, tú como discípulo, no importa dónde estés, tienes la ventaja indecible de la presencia del Dios trino que mora en ti para estar en comunión contigo y darte poder en tu papel en su Gran Comisión. Y la iglesia mundial tiene la ventaja de la presencia fortalecedora de Jesús cuando y dondequiera que se reúna para el culto (Mt 18:20) o envíe discípulos a predicar el evangelio (Mt 28:20).