No solo los libros pueden cambiar nuestra vida, sino también los párrafos. Y no solo los párrafos, sino incluso las frases sueltas. «Los párrafos llegan a nosotros a través de los libros» —escribe John Piper— «y a menudo adquieren su peculiar poder debido al contexto que tienen en el libro. Pero el asunto es que una frase o un párrafo puede alojarse tan poderosamente en nuestra mente que su efecto será enorme aun cuando olvidemos el resto del libro».
De hecho, podríamos incluso llevarlo un paso más allá y hablar de frases concretas. En realidad, esa es mi historia. Ha sido una sola frase, pero muy potente, escrita por Jonathan Edwards e impresa en un libro de Piper, lo que ha provocado un cambio en mi vida: «la admirable combinación de diversas excelencias».
Un León que parece un Cordero
Como estudiante de segundo año en la universidad —y con la ayuda de algunos estudiantes mayores—, estaba empezando a entender la grandeza y la soberanía de Dios, pero mi entendimiento todavía era pobre respecto a cómo se relacionaba todo ello con Jesús. Encontré la ayuda que necesitaba cuando Piper publicó Seeing and Savoring Jesus Christ [Cómo ver y saborear a Jesucristo].
Al principio, lo leí demasiado rápido y, por tanto, me beneficié poco de su lectura. Pero cuando volví a leerlo examinando cada capítulo con devoción —trece capítulos más la introducción te da para una lectura diaria durante dos semanas—, despertó en mí un nuevo amor y un mejor entendimiento de quién es Jesús.
La sección más transformadora del libro fue el capítulo 3. El capítulo comienza utilizando la frase de Edwards que se alojó tan poderosamente en mi mente:
El león es admirable por su fuerza feroz y su apariencia imperial. El cordero es admirable por su mansedumbre y por proveer servicialmente lana para nuestra ropa. Pero aún más admirable es un León que parece un Cordero y un Cordero que parece un León. Lo que hace a Cristo glorioso, como observó Jonathan Edwards hace más de 250 años, es «la admirable combinación de diversas excelencias» (p. 29).1
Nadie como él
La frase que cambió mi vida apareció por primera vez en un sermón titulado «La excelencia de Cristo», basado en Apocalipsis 5:5-6. Edwards dice:
Hay una admirable combinación de diversas excelencias en Jesucristo. El león y el cordero, aunque son criaturas muy diferentes, tienen cada uno sus excelencias peculiares. El león sobresale por su fuerza, y por la majestuosidad de su apariencia y de su rugido; el cordero sobresale por su mansedumbre y su paciencia, y también por su excelente naturaleza como criatura apta para alimentarnos, que produce algo adecuado para nuestra vestimenta y que es apropiado para ser ofrecido en sacrificio a Dios. Pero vemos que Cristo es comparado en el texto con los dos, porque las diversas excelencias de ambos se reúnen maravillosamente en él (énfasis añadido).
Me cautivó el pensamiento —y la realidad— de que Jesús reúne en una sola persona lo que ningún otro hombre o ángel —o incluso el Padre o el Espíritu Santo— unen en una sola persona. La fuerza del león y la mansedumbre del cordero.
Lo que empecé a ver por mí mismo en esos días es que Jesús no es solamente el medio para que los hombres se acerquen al Padre. Cristo, el Dios-hombre, es también el gran fin. Él es la revelación más completa y profunda de Dios a la humanidad. Verlo a él es ver al Padre. Y el Padre quiere que veamos y, saboreemos, a su Hijo como el gran tesoro de valor incalculable, como la perla de mayor precio.
Un nuevo y santo descontento
Lo que la brillante frase de Edwards y el pequeño libro de Piper hicieron en mí fue llevarme a una meditación incesante acerca de la persona de Jesús. La frase despertó un nuevo y santo descontento en mí por la simpleza general con la que la gente se acerca a la persona de Cristo.
Hace años, oí decir a un experimentado editor cristiano que los libros acerca de Jesús no suelen venderse bien en la actualidad. La gente quiere leer y aprender acerca de temas prácticos y lo que está de moda. Creen que ya conocen a Jesús. Trágicamente, se conforman con tener un escaso conocimiento —y a menudo impreciso— acerca del tema más fascinante, alucinante y profundo de todo el universo: Dios hecho hombre.
Edwards no fue así. No mencionó a Jesús de pasada, mientras se dirigía hacia algún tema más popular, sino que se centró en Jesús y se detuvo en su persona. En el caso de este sermón en particular, lo hizo durante quince mil palabras (unas dos horas, aproximadamente).
Siete excelentes diversidades en el Hijo
En la primera parte del sermón, Edwards aborda la diversidad de las excelencias de Cristo: su infinita superioridad como Dios y su infinita condescendencia como hombre, junto a su infinita justicia e infinita gracia. Después, en la segunda parte, habla de la combinación de dichas excelencias, concretamente de las virtudes en Cristo que «en cualquier otra persona parecerían incompatibles». Este es el resumen de las siete «combinaciones admirables» que Edwards destaca en Cristo:
- La gloria infinita, y la humildad más profunda;
- la majestad infinita, y la mansedumbre trascendente;
- la más profunda reverencia hacia Dios, y la igualdad con Dios;
- el valor infinito de la bondad, y la mayor paciencia bajo los sufrimientos del mal;
- el espíritu de obediencia superlativo, y el dominio supremo sobre el Cielo y la tierra;
- la soberanía absoluta, y la resignación perfecta;
- la autosuficiencia total, y la completa confianza y seguridad en Dios.
Como una muestra del festín, considera lo que Edwards dice acerca de la humildad de Jesús:
No podemos hablar de la humildad como un atributo propio de Dios Padre y el Espíritu Santo como si solo existiera en la naturaleza divina, ya que es una excelencia propia solo de la naturaleza creada, y consiste fundamentalmente en un sentido de bajeza y pequeñez en comparación a Dios, o en la gran distancia entre Dios y el sujeto de esta virtud; pero sería una contradicción suponer algo así en Dios.
Sin embargo, al hacerse hombre, Cristo, sin perder su magnificencia o deidad —ya que esto no es posible—, adquirió la naturaleza humana y la capacidad de humillarse (Fil 2:8). Jesús, el Dios-hombre, está «por encima de todo» como Dios, «pero es el más humilde de todos» como hombre. Continúa Edwards:
Nunca hubo un ejemplo tan grande de esta virtud, ni entre los hombres ni entre los ángeles, como lo fue Jesús. Nadie fue nunca tan consciente de la distancia entre Dios y él, ni tuvo un corazón tan humilde ante Dios, como el hombre Jesucristo.
Gloria precisa y profunda
Dios Padre quiere que su pueblo aprecie a su Hijo Jesús, no como un concepto general, sino a través de sus cualidades particulares reveladas por las Escrituras. Dios nos hizo conocer a su Hijo a través de su gloria precisa, minuciosa y profunda, no por meras generalidades y declaraciones insubstanciales. Dios nos creó para deleitarnos durante toda la eternidad en la altura y la profundidad de la gloria de Cristo en todo su detalle y esplendor.
Si nuestro conocimiento de Jesús consiste en meras generalidades y declaraciones insustanciales, entonces seremos propensos a abrazar una visión equivocada de Jesús. Si, con el tiempo, no lo conocemos de forma precisa y con mayor profundidad, lo conoceremos erróneamente. Y no amaremos al verdadero Jesús fervorosamente y con toda nuestra alma.
Y esto nos lleva a una última verdad acerca de la «admirable combinación de diversas excelencias» de Jesús. El Señor no es solamente la respuesta correcta al problema del pecado, sino que, en sus diversas excelencias, satisface los complejos anhelos del alma humana.
Jesús satisface la complejidad del alma
Pablo ora en Efesios 3:16-19 para que el pueblo de Dios conozca «el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, [y] para que [sean] llenos de toda la plenitud de Dios» (énfasis añadido).
Toda la plenitud de Dios se encuentra en este hombre, Jesús. La humanidad plena y la plenitud de la deidad. Nos maravillamos ante su grandeza, su poder y su omnipresencia, y nos derretimos ante su gracia, su misericordia y su mansedumbre. Y todas estas cualidades se reúnen en una persona sin par —toda la plenitud de Dios se encuentra en el Dios-hombre—, a quien un día veremos cara a cara, y allí lo conoceremos más plenamente y lo disfrutaremos sin obstáculos por toda la eternidad.
Así pues, termino con una cita más de Seeing and Savoring Jesus Christ, y la oración de que Dios haga en ti lo que hace veinte años hizo en mí:
Esta gloriosa combinación [de diversas excelencias en Cristo] brilla aún más porque concierne directamente a nuestro desgaste personal y anhelo de grandeza […]. La mansedumbre y la humildad de este León seduce a nuestro desgaste. Y lo amamos por ello […]. Pero esta cualidad de mansedumbre por sí sola no sería gloriosa. La mansedumbre y la humildad del León que parece un Cordero se vuelven extraordinarias cuando las unimos a la autoridad ilimitada y eterna del Cordero que parece un León. Solo algo como esto puede satisfacer nuestro anhelo de grandeza.
Nosotros, simples mortales, tampoco somos seres simples. Somos dignos de pena, pero tenemos pasiones poderosas. Somos débiles, pero soñamos con hacer maravillas. Somos efímeros, pero la eternidad está escrita en nuestros corazones. La gloria de Cristo brilla en todo su esplendor ante nosotros porque la combinación de sus diversas excelencias colma de forma perfecta nuestra complejidad (pp. 31-32).
1. Piper, John: Seeing and Savoring Jesus Christ, Revised Edition (Wheaton, Illinois: Crossway, 2004). Todas las citas han sido traducidas del libro original en inglés. (N. del T.).
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David Mathis es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Church. Es esposo, padre de cuatro hijos y autor de Rich Wounds: The Countless Treasures of the Life, Death, and Triumph of Jesus (2022).