Jesús tenía varias tácticas en su estratégica
batalla contra el desánimo.
1. Escogió a algunos amigos cercanos para que
estuvieran con él: «y tomando consigo a Pedro
y a los dos hijos de Zebedeo» (Mateo 26:37).
2. Abrió su alma a ellos. Les dijo: «mi alma
está muy afligida, hasta el punto de la muerte»
(v. 38).
3. Les pidió que intercedieran por él y lo
acompañaran en la batalla: «quedaos aquí y velad
conmigo» (v. 38).
4. Derramó el corazón ante su Padre en oración:
«Padre mío, si es posible, que pase de mí esta
copa» (v. 39).
5. Su alma descansó en la soberana sabiduría de
Dios: «pero no sea como yo quiero, sino como tú
quieras» (v. 39).
6. Fijó su mirada en la gloriosa gracia venidera
que le esperaba al otro lado de la cruz: «quien
por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz,
menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la
diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2).
Cuando llega a nuestra vida algo que parece
amenazar nuestro futuro, recordemos: las primeras
ondas expansivas de la bomba no son pecado. El
verdadero peligro es ceder ante ellas. Rendirse.
No hacer guerra espiritual. Y la raíz de esa
rendición es la incredulidad: fallamos en no luchar
por fe en la gracia venidera. No abrazamos todo lo
que Dios promete ser para nosotros en Jesús.
Jesús nos muestra otro camino. Este camino no es
pasivo ni nos libra del dolor: seguirlo a él. Busquen
a amigos espirituales en quien confíen. Ábranles
a ellos su alma. Pídanles que velen y oren con ustedes.
Derramen su alma delante del Padre. Descansen en la
soberana sabiduría de Dios. Y fijen sus ojos en el
gozo puesto delante de ustedes en las preciosas y
magníficas promesas de Dios.