El mensaje del libro de Hebreos es que
Jesucristo, el Hijo de Dios, no vino
solamente a ajustarse al sistema terrenal
del ministerio sacerdotal como el mejor y
único sacerdote humano, sino que vino a cumplir
y a darle fin a este sistema, y a dirigir toda
nuestra atención hacia él mismo ministrando por
nosotros en el cielo.
El tabernáculo, los sacerdotes y los sacrificios
del Antiguo Testamento fueron sombras. Ahora que
la realidad ha venido, las sombras se disipan.
Aquí encontramos una ilustración del Adviento
para los niños, y para los que fuimos niños una
vez y recordamos cómo era. Supongamos que un
niño pierde a su madre en un mercado, comienza
a asustarse y a entrar en pánico; sin saber
adónde ir, corre hasta el final de uno de
los pasillos, y justo antes de empezar a llorar,
ve una sombra en el suelo al final del pasillo
que es exactamente igual que la de su madre.
Esto lo hace sentir realmente feliz y
esperanzado. Pero ¿cuál es mejor: la felicidad
de ver la sombra, o ver que su madre aparece por
el otro lado y que es ella de verdad?
Lo mismo sucede cuando Jesús pasa a ser nuestro
Sumo Sacerdote. En eso consiste la Navidad:
en el reemplazo de las sombras por el objeto real.
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