Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé (Ez 22:30).
No tengo un versículo «significativo» en mi vida, ni tampoco un versículo bíblico favorito. Esto no es una crítica a los que disfrutan de tales bendiciones; incluso puede ser una confesión de que en ciertas áreas tengo una corta capacidad de atención. Pero me resultaría más fácil enumerar cien —¡o mil!— diferentes versículos que han moldeado mi vida de manera considerable, que enumerar uno que lo haya hecho de manera exclusiva.
A menudo, estos versículos han llegado a mí en un período definido de mi vida y, por consiguiente, me han «hablado» con especial claridad y unción. Por ejemplo, cuando me dediqué durante los años pasados a la predicación evangelística en un contexto hostil, reflexioné con frecuencia acerca del Salmo 36:1: «La iniquidad del impío me dice al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos».
Y desde mis días como estudiante de seminario, he reflexionado muchas veces acerca de Apocalipsis 19:6-7: «¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado». Y, sin duda, me uno a millones de creyentes al citar Lamentaciones 3:21-24:
Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré.
Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.
Sin embargo, hay un versículo en particular que jugó un papel importante en mi llamado a entrar al ministerio.
¿Desearé haberle dado más?
Por aquel entonces estudiaba química en McGill University, y disfrutaba bastante de mis tareas. Durante unos meses estuve en Ottawa, en un laboratorio de química centrado en la contaminación del aire y gestionado por el Gobierno Federal Canadiense. La verdad, es que disfrutaba mucho de mi vida y de mi trabajo.
Al mismo tiempo, dedicaba parte de mi energía —especialmente los fines de semana— a ayudar a un amigo a plantar una nueva iglesia un poco más arriba del valle. No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a preguntarme si debía considerar entrar al ministerio. No podía deshacerme de un estribillo que aprendí en la escuela dominical:
Cuando finalmente vea su rostro,
Hermoso rostro, que dañaron las espinas,
Cuando finalmente vea su rostro,
Desearé haberle dado más.
Por supuesto, yo ya comprendía en aquel entonces—hace más de cincuenta años—, que algunas personas están llamadas a ser químicas, otras a ser profesoras, otras a ser empleadas en la gestión de residuos, etcétera; para ellas, el «más» del estribillo incluye dichas vocaciones. Pero aun así, no podía borrar dicho coro de mi mente, ni la sensación de que el «más» para mí significaba ir a un lugar diferente del que planeaba.
«En la brecha» delante de Dios
En septiembre de ese año, un domingo por la noche en mi iglesia de Montreal, escuché a un misionero en Haití, Richard Wilkinson, hablar acerca de Ezequiel 22:30. Allí Dios le dice al profeta: «Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé».
Y todo mi ser gritó en respuesta: «¡Heme aquí, envíame a mí!» (cf. Is 6:8). El contexto de este pasaje muestra que el ofrecimiento voluntario de Isaías era tanto producto de la contrición como de la presunción; ciertamente, fui culpable de lo segundo
Sin embargo, ese sermón basado en Ezequiel 22, en el que Dios testifica que buscó a alguien que «se pusiese en la brecha» delante de él sin encontrar a nadie, fue una de las cosas que Dios en su providencia utilizó ese año para alejarme de la química y hacerme entrar en el ministerio.
¿Me podía aplicar el versículo a mí mismo?
Vengo de un hogar donde se lee la Biblia y a los niños se nos enseñó a prestar atención al contexto. Cuando leí las palabras de Dios en Ezequiel 22:30, me quedó claro que no estaba prometiendo verter su ira sobre los canadienses pecadores de la década de los 60, sino que estaba amenazando con destruir Judea unos seis siglos antes de la venida de Jesús. Fue entonces cuando nadie se presentó para ponerse «en la brecha» delante de Dios de forma que no tuviera que destruir al pueblo del pacto.
Para poder aplicarme el versículo a mí mismo, utilicé de forma expresa un argumento por analogía: así como Dios buscó a alguien que intercediera ante él a favor de su pueblo pecador hace más de dos milenios y medio —aunque no encontró a nadie—, así también Dios busca a alguien que interceda ante él a favor de su pueblo pecador en la actualidad.
¿Encontrará a alguien? Es un llamamiento poderoso. Así lo vi cuando era joven, y lo sigo viendo ahora.
Manteniéndonos firme a través de la oración
El paso del tiempo y muchos años adicionales de lectura de la Biblia me han llevado a pensar en una serie de detalles textuales relacionados.
Casi dos décadas después, escuché a otro predicador exponer Ezequiel 22:30 y algunos pasajes afines. Esto también ocurrió durante un servicio dominical vespertino, pero en una iglesia ubicada en Cambridge, Inglaterra. El predicador era Theo Donner, natural de los Países Bajos. Después de obtener un doctorado en Cambridge, Theo, junto con su esposa escocesa, fueron a Medellín, Colombia, como misioneros, y allí han vivido entregados a la obra desde entonces. El sermón al que me refiero fue predicado durante una de sus estancias periódicas en Cambridge.
No recuerdo todos los puntos del sermón, pero recuerdo cómo el predicador centró nuestra atención en varios pasajes relevantes. Por un lado, cuando el pueblo del pacto confiesa su pecado a Samuel —el pecado de pedir un rey para ser como todas las naciones paganas de su alrededor—, Samuel les asegura que «Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo». A continuación, Samuel añade: «Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto» (1 S 12:22-23). En resumen, la oración intercesora a favor del pueblo de Dios formaba parte del llamado de Samuel.
Por otro lado, el libro de Amós muestra una dinámica diferente. Cuando Dios amenaza con ejecutar un juicio terrible, Amós intercede con las palabras: «¡Señor Jehová, perdona ahora; ¿quién levantará a Jacob? porque es pequeño». El texto bíblico continúa: «Se arrepintió Jehová de esto: No será esto tampoco, dijo Jehová el Señor» (Am 7:2; cf. 7:5-6). Pero, finalmente, Dios declara: «no volveré a dejarlos sin castigo» (Am 7:8, LBLA). El tiempo de la oración intercesora ha concluido.
En otro lugar, se nos dice que Samuel ni siquiera debe llorar por Saúl porque el Señor ya lo ha desechado (1 S 16:1). En otras palabras, Ezequiel 22:30 es solo uno de los muchos pasajes que describen la compleja trama por la que Dios establece la vida de su pueblo a través de la oración ordenada por él mismo; ¡o incluso prohibida por él! (Para quienes se sientan atraídos por la meditación de los misterios de la providencia, hay mucho material para meditar en Ezequiel 22 y en sus pasajes paralelos).
Manteniéndonos firme en la oscuridad
Seguimos, los versículos anteriores a Ezequiel 22:30 demuestran que los pecados y los fracasos del pueblo estaban ampliamente repartidos.
Los profetas conspiraron juntos y «devoraron almas, tomaron haciendas y honra, multiplicaron sus viudas en medio de ella» (Ez 22:25); los sacerdotes «violaron mi ley, y contaminaron mis santuarios» (Ez 22:26); los príncipes «son como lobos que arrebatan presa, derramando sangre, para destruir las almas, para obtener ganancias injustas» (Ez 22:27); los profetas «recubrían con lodo suelto, profetizándoles vanidad y adivinándoles mentira, diciendo: Así ha dicho Jehová el Señor; y Jehová no había hablado» (Ez 22:28); y el pueblo «usaba de opresión y cometía robo, al afligido y menesteroso hacía violencia, y al extranjero oprimía sin derecho» (Ez 22:29).
Es en este contexto de pecado y oscuridad donde Dios declara: «Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé».
Hay muchos pasajes bíblicos en los que Dios busca y selecciona profetas, sacerdotes, reyes, apóstoles, y heraldos del evangelio. Sin embargo, en el contexto de Ezequiel 22, Dios busca un intercesor que, por propia designación divina, interceda ante él y le haga cambiar de parecer, por así decirlo (algo parecido a lo que hizo Moisés en Éxodo 32-34).
Con este versículo, situado en el contexto de Ezequiel y en el contexto de mi propia vida, Dios me desafió a pensar y orar más diligentemente acerca de lo que él quería que hiciera con mi vida. Y déjame decirte que la necesidad de ponerse «en la brecha» delante de Dios es tan urgente ahora como lo fue seiscientos años antes de Cristo.