Pablo ya no podía ver como antes (y los anteojos no existían). No podía escuchar como antes (y los audífonos no existían). Ya no se recuperaba de los azotes como solía hacerlo (y no había antibióticos). Su fuerza para caminar de ciudad en ciudad ya no era la misma. Veía las arrugas en su cara y cuello. Su memoria ya no era tan buena. Y él admitió que todo eso era una amenaza a su fe, gozo y valentía.
Pero no se desanimó. ¿Por qué?
No se desanimó porque su hombre interior se iba renovando. ¿Cómo?
La renovación de su corazón venía de algo muy extraño: de mirar hacia algo que no podía ver.
No ponemos la mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Corintios 4:18).
Esa es la manera en que Pablo no se desanimaba: mirando lo que no se puede ver. ¿Qué es lo que él veía?
Algunos versículos después, en 2 Corintios 5:7, él dijo: «porque por fe andamos, no por vista». Esto no significa que él saltó a la oscuridad sin tener ninguna evidencia de lo que habría allí: significa que por ahora la realidad más hermosa e importante del mundo está fuera del alcance de nuestros sentidos físicos.
«Miramos» estas cosas invisibles por medio del evangelio. Fortalecemos nuestro corazón renovamos nuestra valentía al fijar nuestra mirada en la verdad invisible y objetiva que hallamos en el testimonio de aquellos que vieron a Cristo cara a cara.
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