Dios no es inconsistente. No se afana con
promesas y juramentos y la sangre de su Hijo para
simplemente anclar una parte de nuestra seguridad
mientras que deja la otra parte colgando
en el aire.
La salvación que Jesús obtuvo a través de su
sangre era todo lo que se necesitaba para salvar
a su pueblo, no solo una parte.
Entonces tendemos a preguntar: ¿por qué el autor
de la carta nos alienta a asirnos de nuestra
esperanza (versículo 18)? Si el estar asidos de
esta esperanza es algo que Cristo obtuvo y que
quedó irrevocablemente asegurado a través de la
sangre de Jesús, entonces ¿por qué Dios nos dice
que nos aferremos?
La respuesta es la siguiente:
Lo que Cristo compró para nosotros al morir no es
la libertad para no tener que asirnos, sino el
poder para hacerlo.
Lo que él compró no es la invalidación de nuestra
voluntad, como si no tuviéramos que asirnos, sino
el fortalecimiento de nuestra voluntad porque
queremos asirnos.
Lo que compró no es la cancelación del mandamiento
de asirse sino el cumplimiento de ese mandamiento.
Lo que compró no es el cese de la exhortación, sino
el triunfo de la exhortación.
Él murió para que nosotros hagamos exactamente lo
que Pablo hizo en Filipenses 3:12: «sigo adelante,
a fin de poder alcanzar aquello para lo cual
también fui alcanzado por Cristo Jesús». No es
necedad es el evangelio decirle a un pecador que
haga lo que solo Cristo puede darle la capacidad
para hacer; es decir, tener esperanza en Dios.
Por eso, los exhorto de todo corazón: busquen y
alcancen aquello para lo que Cristo los alcanzó,
y agárrense de eso con todo el poder que él les da.
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