¿Qué es lo que todavía no ha cambiado en tu vida porque no has empezado a orar por ello?
La falta de oración, por supuesto, ocurre en varias formas. Algunos casi nunca oran, demostrando que la oración no es más que una formalidad, una postal a Dios cuando tienen tiempo. Otros solo oran cuando tienen alguna necesidad desesperada e inmediata, como si la oración fuera una línea de respuesta a las crisis (y descuidando en gran medida la oración en otros casos). Otros pueden orar con regularidad, pero sus oraciones se convierten poco a poco en frases repetidas que saben rancias, impersonales, alejadas de la vida real. Incluso los mejores entre nosotros pueden oscilar a veces entre atesorar la oración cuando creemos que realmente la necesitamos y pasarla por alto cuando la vida parece ir bien.
La oración, sin embargo, no es el último recurso, sino la primera línea de defensa, porque Dios no es el último recurso, sino el primero a quien miramos. La oración es poderosa porque Dios es el más poderoso agente de cambio en cualquiera de nuestras vidas.
¿Está el hombre desprovisto
de paz, gozo y santo amor?
esto es porque no llevamos
todo a Dios en oración.
Jesús confrontó la amenaza de la falta de oración en sus discípulos, y de una manera que debería impactarnos con seriedad y esperanza en medio de nuestras propias pruebas y cargas.
Una situación desesperada
En Marcos 9, un hombre llega con su hijo autodestructivo y endemoniado, buscando desesperadamente a Jesús, para que lo sane. «Maestro, traje a ti a mi hijo —dice el padre—, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando» (Mr 9:17-18).
Los padres de niños pequeños pueden al menos hacerse una idea de lo insoportable y debilitante que era este sufrimiento. ¿Hay algo que este padre no haría para volver a ver a su hijo sano?
Para el momento en que Jesús entra en escena, sus discípulos habían intentado expulsar al demonio. Pero no pudieron (Mr 9:18), a pesar de que se les había dado autoridad sobre los espíritus inmundos (Mr 6:7). Y mientras luchaban por el muchacho indefenso, los líderes religiosos llegaron con multitudes para discutir con ellos (Mr 9:14), lo cual seguramente hizo que la situación fuera aún más estresante y trágica.
Con oración
Jesús le pregunta al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto?» «Desde niño» (Mr 9:21). No solo durante varias semanas o meses, sino durante años, potencialmente décadas. «Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos» (Mr 9:22). Jesús, por supuesto, puede hacer cualquier cosa, literalmente cualquier cosa. «Si puedes creer, al que cree todo le es posible», responde (Mr 9:23).
El padre responde: «Creo; ayuda mi incredulidad» (Mr 9:24). Entonces, Jesús cura al muchacho: «Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él» (Mr 9:25). El mismo espíritu que evadió y superó a los discípulos se rinde inmediatamente (y de forma violenta) (Mr 9:26), y solo con el sonido de su voz.
Cuando se queda a solas con sus discípulos, que se sienten confundidos y derrotados por sus fracasos, le preguntan: «¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera?» (Mr 9:28). Una pregunta penetrante y eterna. «Este género —dice Jesús—, con nada puede salir, sino con oración» (Mr 9:29).
Tal vez no oraron en absoluto, o tal vez oraron muy poco, o tal vez sus oraciones fueron formales, vacías e insensibles, pero en cualquier caso, Jesús dice que lo que faltó fue orar, pedir realmente a Dios. Pudo haber dicho: «Este género con nadie puede salir, sino conmigo», pero en cambio dijo: «Este género con nada puede salir, sino con oración». Y por mucho que nos sorprenda que a los discípulos no se les ocurriera orar (u orar más), ¿cuántas veces podría decirnos Jesús lo mismo a nosotros?
¿Qué les impidió orar?
Entonces, ¿por qué no oraron los discípulos? ¿Por qué no le pidieron a Dios que les ayudara, que interviniera, que hiciera lo que estaba más allá de su capacidad? No lo sabemos con certeza, pero la escena nos ofrece un sorprendente número de posibles razones, muchas de las cuales podrían parecer sorprendentemente relevantes (y aleccionadoras) para nuestras propias vidas de oración.
DISTRAÍDOS POR EL RUIDO
En primer lugar, una gran multitud se había reunido para observar (e interferir en) su ministerio (Mr 9:14). No estaban haciendo guerra espiritual en la intimidad de un hogar. La dolorosa escena se había convertido en un escenario, y cuanto más fallaban los discípulos y más sufría el muchacho, más gente acudía a mirar. ¿Cuántos de nosotros, con tantas miradas curiosas y recelosas sobre nosotros, tendríamos el suficiente valor para detenernos, mirar hacia el cielo y orar? O bien, ¿cuántas veces el ruido de las multitudes que nos rodean (que constantemente reclaman nuestra atención a través de nuestros dispositivos), nos impiden escuchar a Jesús decir: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mt 7:7)? Las distracciones, que son de muchos tipos y formas, a menudo nos impiden orar.
CUESTIONADOS POR LOS HOMBRES
Sin embargo, no todos habían venido simplemente a observar. Los expertos religiosos se unieron a la multitud para discutir con los discípulos y decirles que no había nada que hacer (Mr 9:14, 16). El enemigo espiritual era obvio, pero también tenían enemigos humanos: escépticos, detractores, burlones. No esperaban, como el resto de la multitud, que los discípulos curaran al muchacho; lo único que querían era que los seguidores de Jesús fracasaran (Mr 11:18). Puede que no nos enfrentemos a la misma oposición inmediata (aunque muchos cristianos sí), pero en cualquier parte del mundo, muchos quieren que nuestras oraciones fracasen, para demostrar que Jesús fue solo un hombre, que la Biblia es solo un libro y que nuestras oraciones son solo ilusiones. Sabemos que ser fieles a Cristo nos costará el favor y la aprobación del mundo, por lo que el temor al hombre a menudo nos impide orar.
DESAFIADOS POR SATANÁS
Pero los escribas no eran nada comparados con sus enemigos invisibles. Los discípulos estaban lidiando con una opresión demoníaca real: un enemigo real, destructivo y espiritual. Un enemigo espiritual lo suficientemente fuerte como para arrojar al muchacho al fuego y al agua, «para matarle» (Mr 9:22). Tal vez lo peor de todo es que hizo que el muchacho se quedara mudo (Mr 9:17), incapaz de pedir ayuda o de siquiera explicar lo que le estaba pasado. ¿Qué harías tú mientras ves cómo lo destrozan? Aunque no experimentemos este tipo de oposición demoníaca manifiesta, luchamos cada día «contra huestes espirituales de maldad» (Ef 6:12). Oramos en medio de una lluvia de ardiente hostilidad. ¿Con qué frecuencia Satanás nos impide orar, haciendo todo lo posible para que no nos arrodillemos?
DESANIMADOS POR LA INEFICACIA
Aunque los discípulos intentaron, realmente intentaron, curar al muchacho, nada cambió. No sabemos qué intentaron, pero sabemos que lo hicieron (Mr 9:18) y que probaron todo lo que sabían hacer (Mr 9:28). Cuando Jesús dice: «Este género con nada puede salir, sino con oración», insinúa todos sus intentos fallidos. Y el muchacho seguía retorciéndose, echando espuma y gimiendo en el suelo, como lo había hecho durante tanto tiempo. Un sentimiento de inutilidad comenzó a invadirles. Habían sanado a muchos antes, pero este espíritu no se rendía. Tal vez nadie pueda curar a este muchacho. ¿Cuántas veces hemos dejado de orar porque el resultado parece decidido, porque han pasado demasiados días, meses o años? El desánimo por la oración sin respuesta a menudo nos impide orar.
Jesús oró de verdad
Muchas barreras nos impiden orar, pero nada impidió que Jesús orara a su Padre, porque Jesús sabía que nada era más vital y poderoso que la oración. Y sabía que nada era más vital y poderoso que la oración porque nadie era más vital y poderoso que su Padre.
Cuando Jesús dice: «Este género con nada puede salir, sino con oración», lo sabía por experiencia personal y persistente. Fue tentado en todos los sentidos como nosotros, pero sin caer nunca en la falta de oración. Sabemos lo dependiente que era de Dios: se levantaba temprano por la mañana (Mr 1:35), se quedaba a solas con su Padre (Mr 6:46) y derramaba su corazón (Mr 14:35). Y sabemos que lo hacía regularmente (Lc 5:16). No se distrajo por las multitudes ni se desanimó por el temor al hombre. No se dejó intimidar por la guerra demoníaca ni se desanimó por el tiempo de Dios. Conocía el poder de la oración para mantener el alma, derrotar a los demonios y mover montañas, y quería que nosotros también lo conociéramos.
Algunas opresiones no cesarán sin oración. Algunas heridas no sanarán sin oración. Algunas pruebas no terminarán sin oración. Algunos pecados no morirán sin oración. Algunas relaciones no se arreglarán sin oración. Algunas cosas no cambiarán, cosas que deseamos desesperadamente que cambien, a menos que nos humillemos constante y persistentemente, nos arrodillemos y supliquemos a nuestro Padre en el cielo. El Dios omnisciente, omnipotente y amoroso ha elegido hacer mucho en el mundo a través de nuestras oraciones, porque la oración forma parte de su preciosa relación con sus hijos y lo exalta como el Dios que escucha y responde.
Entonces, ¿qué es lo que aún no ha cambiado en tu vida porque todavía no has orado?
Marshall Segal es escritor y editor gerente de desiringGod.org. Es el autor de Not Yet Married: The Pursuit of Joy in Singleness & Dating. Se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Faye, tienen dos hijos y viven en Minneapolis.