Para que ustedes crean

Estoy plenamente convencido que aquellos que hemos
crecido en la iglesia, que podemos recitar las
grandes doctrinas de nuestra fe mientras dormimos
y que bostezamos durante el Credo de los Apóstoles,
necesitamos hacer algo que nos ayude a sentir otra
vez la plenitud, el temor, el fervor, la admiración
por el Hijo de Dios —engendrado por el Padre desde
la eternidad, el reflejo de toda la gloria de Dios,
siendo la misma imagen de su persona, a través de
quien todas las cosas fueron creadas, y por cuya
palabra de poder el universo se sostiene—.

Podemos leer todos los cuentos de fantasía de todos
los tiempos, cada historia de misterio y de
fantasmas, y nunca encontraremos algo tan
impactante, tan extraño, tan extraordinario y
fascinante como la historia de la encarnación del
Hijo de Dios.

¡Cuán muertos estamos! ¡Dios, cuán insensibles somos
a tu gloria y a tu historia! Cuántas veces he
tenido que arrepentirme y decir: «Señor, cuánto
lamento que las historias creadas por hombres hayan
conmovido mis emociones, mi impresión y asombro y
admiración y gozo más que tu historia, que es
verdadera».

Las películas de nuestros tiempos acerca de los
viajes al espacio, como La guerra de las galaxias
y El imperio contrataca, pueden hacernos este gran
bien: pueden humillarnos y llevarnos al
arrepentimiento, al mostrarnos que en realidad
somos capaces de experimentar la fascinación y la
admiración y el asombro que rara vez sentimos cuando
contemplamos al Dios eterno, al inconmensurable
Cristo y al contacto real y vivo entre ellos y
nosotros en Jesús de Nazaret.

Cuando Jesús dijo «para esto he venido al mundo»,
lo que estaba diciendo era algo tan inconcebible y
extraño e inquietante como cualquier afirmación de
ciencia ficción que hayan leído.

Oh, cómo oro de todo corazón para que haya un
avivamiento del Espíritu de Dios en nosotros, para
que el Espíritu Santo irrumpa en nuestra vida de
modo aterrador y nos despierte a la realidad
inimaginable de Dios.

Un día de estos, un relámpago cubrirá el cielo
desde el amanecer hasta la puesta del sol, y
aparecerá en las nubes uno semejante a un hijo de
hombre, con sus poderosos ángeles rodeado en llamas
de fuego. Lo veremos con claridad. Y ya sea por
terror o fascinación, nos estremeceremos y nos
preguntaremos cómo pudimos vivir tanto tiempo con
un Cristo domesticado e inofensivo.

Estas cosas fueron escritas para que creamos que
Jesucristo es el Hijo de Dios que vino al mundo
realmente lo creamos.

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