Él no fue solo siervo de su pueblo mientras
vivió en la tierra, sino que también será nuestro
siervo cuando regrese. «Dichosos aquellos siervos
a quienes el señor, al venir, halle velando; en
verdad os digo que se ceñirá para servir, y los
sentará a la mesa, y acercándose, les servirá»
(Lucas 12:37).
No solamente eso: él es nuestro siervo ahora.
«Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que
podemos decir confiadamente: «El Señor es el que
me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre?».
¿Denigra esto al Cristo resucitado el decir que
él fue y es y será para siempre el siervo de su
pueblo? Lo haría si siervo significara ‘aquel que
recibe órdenes’, o si pensáramos que nosotros
somos amos de él. Sí, eso lo deshonraría.
Sin embargo, decir que somos débiles y necesitados
no lo deshonra.
No lo deshonra que digamos que él es el único que
puede servirnos con lo que más necesitamos.
No lo deshonra que digamos que él es una fuente
inagotable de amor, y que mientras más nos ayuda y
más dependemos de su servicio, más increíbles nos
parecen sus recursos. Por lo tanto, podemos decir
confiadamente: «¡Jesucristo está vivo para servir!».
Él está vivo para salvar. Él está vivo para dar,
y está muy entusiasmado de que así sea.
No está agobiado con nuestras preocupaciones.
Él florece al llevar nuestras cargas. Él quiere
«obrar a favor de quien espera en él» (Isaías 64:4).
Él «favorece a los que… esperan en su misericordia»
(Salmos 147:11).«Porque los ojos del Señor recorren
toda la tierra para fortalecer a aquellos cuyo
corazón es completamente suyo» (2 Crónicas 16:9).
El servicio omnipotente de Jesucristo se desborda
para el bien de todo aquel que en él confía.
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