El mensaje que hace falta gritar desde las
casas de altas finanzas es: «Hombres seculares,
¡no están siquiera cerca de ser verdaderos
hedonistas!».
Dejemos a un lado la satisfacción que nos brinda
el escasa ganancia del cinco por ciento de los
placeres, que son devorados por las polillas de
la inflación y con la herrumbre de la muerte.
Invirtamos en el seguro de primera clase, de
alta rentabilidad y con aseguración divina, que
es el cielo.
Dedicar toda la vida a las comodidades e
ilusiones materiales es como tirar el dinero a
una ratonera. Por el contrario, invertir toda la
vida en la labor del amor produce dividendos de
gozo insuperables y sin fin:
«Vended vuestras posesiones y dad limosnas;
[y de ese modo] haceos bolsas que no se
deterioran, un tesoro en los cielos que no se
agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la
polilla destruye» (Lucas 12:33).
Ese mensaje es una muy buena noticia: vengan a
Cristo, en cuya presencia hay plenitud de gozo y
deleites para siempre. Únanse a nosotros en la
labor del hedonismo cristiano. Porque el Señor lo
dijo: ¡es más bienaventurado amar que vivir en
el lujo!
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