Imaginen que están totalmente paralizados y que no
pueden hacer nada por ustedes mismos más que hablar.
Imaginen también que un amigo que es fuerte y de
confianza les prometiera vivir con ustedes y hacer
lo que necesiten. ¿Cómo podrían honrar a su amigo
si un desconocido llegara a visitarlos?
Si intentaran levantarse de la cama y cargar a su
amigo en la espalda, ¿estarían dando honor a la
generosidad y fuerza de su amigo? ¡Desde luego que
no! Por el contrario, lo que harían sería decirle:
«Amigo mío, ¿podrías levantarme y poner una
almohada en mi espalda para que pueda mirar a mi
invitado? ¿Podrías también ponerme los lentes?».
Así su invitado entendería, al escuchar su pedido,
que están imposibilitados y que su amigo es fuerte
y bondadoso. Glorificarían a su amigo al expresar
que lo necesitan y al pedirle ayuda y al contar
con él.
En Juan 15:5, Jesús dijo: «separados de mí nada
podéis hacer». Eso significa que de verdad somos
paralíticos. Sin Cristo, no podemos hacer nada
bueno. Como dijo Pablo en Romanos 7:18: «Porque yo
sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita
nada bueno».
Sin embargo, según Juan 15:5, Dios tiene la
intención de que hagamos algo bueno, es decir,
que demos fruto. Por lo tanto, como nuestro amigo
fuerte y confiable en Juan 15:15 dice:
«os he llamado amigos», él promete hacer por
nosotros lo que nosotros no podemos hacer por
nosotros mismos.
¿Cómo glorificarlo entonces? Jesús da la respuesta
en Juan 15:7: «Si permanecéis en mí, y mis palabras
permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os
será hecho». ¡Lo que hacemos es orar! Pedimos a Dios
que haga en nosotros, por medio de Cristo, lo que
no podemos hacer por nosotros mismos: dar fruto.
El versículo 8 muestra el resultado:
«En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho
fruto».
¿Cómo se glorifica a Dios en la oración? La oración
es el reconocimiento expreso de que sin Cristo nada
podemos hacer, y es también la acción de apartarnos
de nosotros mismos y volvernos a Dios confiando en
que él proveerá la ayuda que necesitamos.
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