Me ocurrió una cosa extraña cuando se corrió la voz de que tenía cáncer de mama en fase III; empecé a recibir regalos y todos eran de color rosa. Colchas rosas, ositos de peluche rosas y camisetas rosas cubiertas con símbolos del cáncer de mama. ¡Hasta me regalaron cartas escritas en papel rosado y con tinta rosa! Todos los regalos me dieron la bienvenida a un club especial. Era algo así como la «hermandad» de los guerreros contra el cáncer.
Mucho tiempo después de ser operada y recibir tratamiento, cada vez que me encontraba con otros creyentes de la «hermandad» se identificaban inmediatamente conmigo como su compañera sobreviviente de cáncer. Pero si alguna de las mujeres del grupo no habían pasado por un cáncer, me di cuenta de que no eran bienvenidas en nuestro círculo íntimo de sufrimiento compartido. Me alegré de que estas supervivientes estuvieran curadas de su enfermedad, pero miraba sus alfileres identificativos de cáncer de mama y pensaba: «¿Vais a seguir con vuestras vidas en algún momento o qué? ¿En serio no hay mejor tema de conversación que preguntar si ya te han hecho tu examen de mamas anual?».
Me gustaría dejar una cosa clara: No pretendo menospreciar a nadie que haya sobrevivido a los duros rigores del cáncer de mama. Pero me pregunto si alguna de estas mujeres creyentes anhelan una seguridad y un reconocimiento que es más palpable que la fe cuya esencia es esperar lo que no vemos —aunque eso sea frustrante— y anhelar ser parte un día de algo que colmará nuestra propia identidad. Aunque nunca menospreciarían a su Salvador, estas mujeres quisieran algo más palpable que su nombre escrito en el libro invisible de la vida. Es como si te dijeran: «¿Que quién soy yo? Me identifico como creyente, pero en realidad soy una guerrera, una sobreviviente de cáncer. Quiero ser conocida y respetada por ello».
Solo en Cristo
Puedo simpatizar con dicho conflicto. Mi cuadriplejía me exige constantemente que le dé toda mi atención con cosas como vaciar el bolso de la pierna, calmar el dolor, pedir ayuda, ajustar la faja ortopédica, cargar la silla de ruedas, buscar la rampa de acceso, aparcar en el sitio para discapacitados antes de que lo haga otra persona, etc. Por una parte, este es mi mundo, pero por otra, no lo es en absoluto.
Mi mundo, mi aliento y mi ser —mi identidad— está en Cristo y solo en Cristo. No soy mía; fui comprada con el precio de la sangre de Dios (1 Co 6:19-20). Satanás odia esta verdad y hará todo lo que pueda —usar mi silla de ruedas, mi fama, mi ministerio, lo que sea— para alejarme de Cristo.
Así que, prestad atención a la advertencia de Deuteronomio 11:16: «Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos». ¿Estoy diciendo que mi ministerio entre las personas con discapacidad o tu precioso perrito Shih Tzu ataviado con su lacito son un ídolo? Si compiten con una devoción a Cristo que debe ser exclusiva, entonces sí.
Pon las cosas en el lugar que le corresponden
Se necesita el poder y el fuego del Espíritu Santo para no dejarse tentar por estas cosas. El apóstol Pedro dice que nos abstengamos de los deseos de la carne, porque estas cosas «batallan contra el alma» (1 P 2:11). Buscar tu identidad, tu valía y tu importancia en cualquier cosa que no sea Jesucristo, es creer que tu sobresaliente carrera profesional, tu preciada mascota, tus habilidades como padre, tu valiente victoria sobre el cáncer y la cuadriplejía o sobre tu propio pecado, hace que la vida sea más valiosa, abundante o satisfactoria. Pero creyente, ¡tu identidad nunca debe estar en las cosas que compiten por tener un lugar en tu corazón! No desprecies el precio que se pagó por ti ni tengas en poco haber sido adoptado por Dios.
Solo en Cristo encontramos incomparable gozo, paz y propósito. Cuando vivimos como si hubiéramos muerto en Cristo, nuestra carrera profesional encuentra su equilibrio, nuestra mascota es apreciada correctamente, nuestros hijos se benefician de forma asombrosa, y nuestras victorias sobre las pruebas se convierten en razones para dar a conocer a Dios y alabarlo con gran alegría ante las personas.
Ya que Cristo es la fuente de nuestra paz, gozo, fortaleza y reposo, y en él vivimos y nos movemos y somos, podemos encontrar seguridad y sentirnos valiosos cuando estamos «en Cristo». Conocer a Jesús es un éxtasis que no se puede comparar absolutamente con nada. ¿Por qué lo quieres suplantar con cosas inferiores?
¿Quiénes eres tú?
¿Quieres saber quién eres? Tu «vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3:3). Es como esas muñecas rusas pintadas a mano que se abren para mostrar —¡sorpresa!— otra muñeca en el interior. Sacas esa, la abres, y hay otra. Y descubres que esto es divertido. Cada vez que abres una muñeca y sacas otra nueva, estás seguro de que será la última. Pero te das cuenta de que no es así y sigues gozándote mientras disfrutas de una delicia tras otra por todo lo que se esconde en el interior.
Esto es una vívida imagen de lo que significa desarrollarte en tu identidad y deleitarte en ella. ¿Quién eres tú? Tú estás en Jesús y él está en el Padre. Así que, empieza a «abrir» a Cristo y —¡sorpresa!— ahí te encontrarás a ti mismo. Cuanto más profundices en la persona de Jesús, más te conocerás a ti mismo siendo transformado directamente por el esfuerzo de conocerlo mejor. Como dice Jen Wilkin: «La Biblia nos dice quiénes somos y qué debemos hacer, pero lo hace a través del prisma de quién es Dios. El conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo van siempre de la mano».
Sigue el mandato de Colosenses 3:2-3: «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios». Debes esforzarte en cooperar con el Espíritu Santo en conocer mejor a Cristo, en descubrir lo que hay «dentro» de él todos los días de tu vida. Cuanto más mires en él, más te cautivará su belleza, más te enamorará su amor, y más te inundará con las excelencias de su misericordia y de su gracia.
Regocíjate en tu identidad en Jesús y lleva a la gente al Calvario, tal y como él lo haría. Sacrifica tu vida por los demás tal y como él lo hizo. Valora la Palabra de Dios tal y como él lo hace. Lleva tu cruz diariamente tal y como él lo haría. Ora tal y como él lo hace. Adora al Padre tal y como él lo hace. Y, sobre todo, pídele al Espíritu Santo que exponga tus pecados; pecados que lo mataron. Cristo perdió su vida para que tú pudieras encontrar la tuya, por tanto, empieza cada día pidiéndole que te muestre el «tú» que él quiere que seas. Porque eres un tesoro, escondido en él.
Joni Eareckson Tada es fundador y director ejecutivo de Joni and Friends en Agoura Hills, California.