La razón por la que este pasaje es tan
hermoso y tan crucial para nosotros es que
el salmista no anhela las aguas
principalmente para obtener alivio frente
a las circunstancias que lo amenazan. No
anhela tan solo escapar de sus enemigos o
la destrucción de ellos.
No está mal desear alivio y orar por ello.
En ocasiones, está bien orar por la derrota
de nuestros enemigos. Pero más importante
que todo esto es el mismo Dios.
Cuando pensamos y sentimos conforme a Dios
en los Salmos, el resultado principal es así:
comenzamos a amar a Dios y queremos ver a
Dios y estar con Dios y estar satisfechos en
admirar a Dios y regocijarnos en él.
Una traducción de la pregunta al final del
versículo 2 podría ser como sigue: «¿cuándo
vendré y veré el rostro de Dios?».
La respuesta final a esa pregunta se
encuentra en Juan 14:9 y 2 Corintios 4:4.
Jesús dijo: «El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre». Pablo dijo que cuando nos
convertimos a Cristo vemos «el resplandor del
evangelio de la gloria de Cristo, que es la
imagen de Dios».
Cuando vemos el rostro de Cristo, vemos el
rostro de Dios. Y vemos la gloria de su
rostro cuando oímos la historia del evangelio
de su muerte y resurrección: «el evangelio de
la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios».
Que el Señor aumente el hambre y sed de ver
el rostro de Dios; y que nos conceda ese deseo
mediante el evangelio de la gloria de Cristo,
que es la imagen de Dios.
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