La muerte de Jesús carga con pecados. Es
el verdadero corazón del cristianismo y
el corazón del evangelio y el corazón de
la gran obra de redención de Dios en el
mundo. Cuando Cristo murió, llevó consigo
el pecado. Tomó pecados que no eran suyos.
Sufrió por los pecados que otras personas
habían cometido, para que ellos pudieran
ser libres del pecado.
Esa es la solución para el mayor problema
de nuestra vida, ya sea que lo sintamos o
no como el problema principal. Hay una
forma de ponernos a cuentas con Dios, a
pesar de que somos pecadores: la muerte de
Jesús es «una ofrenda para cargar los
pecados de muchos». Él quitó nuestros pecados,
los llevó a la cruz y allí murió la muerte
que nosotros merecíamos morir.
Ahora bien, ¿cuál es la implicación respecto
de mi muerte? «Está decretado que [yo muera]
una sola vez.» Mi muerte ya no es punitiva;
ya no es más un castigo por el pecado. Mi
pecado ha sido borrado; ha sido «quitado» por
la muerte de Cristo. Cristo tomó mi castigo.
Entonces, ¿por qué morimos? Porque la voluntad
de Dios es que la muerte permanezca en el mundo,
aun entre sus propios hijos, para dar
testimonio de los terribles horrores del pecado.
En nuestra muerte, aún se ven los efectos
externos del pecado en el mundo.
Sin embargo, para los hijos de Dios, la muerte
ya no es la manifestación de su ira contra
ellos. Para nosotros, la muerte se ha
convertido en la puerta de entrada a la
salvación, no a la condenación.
Encuentra más devocionales de John Piper en Español
en nuestro sitio web: