Cuando contesté el teléfono esa noche, escuché la temblorosa voz de mi nuera: «Acabo de enterarme de que a mi hermana le quedan solo 24 horas de vida».
Inmediatamente tomó un vuelo a California, esperando ver a su hermana mayor por última vez. A la mañana siguiente, recibí este mensaje de texto: «No lo logré. Ella falleció». El fallecimiento de su hermana ocurrió solo cinco días después del sexto aniversario de la muerte de su madre. Por supuesto que hubo lágrimas. Muchas lágrimas.
Ya sea que estés soportando la pérdida de un ser querido, enfrentando el divorcio de tus padres, descubriendo la infidelidad de tu esposo, soportando la hostilidad de tu adolescente, enterándote de la traición de tu amiga o experimentando una ruptura con el hombre con el que pensabas casarte, las circunstancias dolorosas y desconcertantes provocan lágrimas. Naturalmente, todos deseamos desesperadamente poder evitar tal angustia, y haríamos cualquier cosa para evitar este tipo de sufrimiento para aquellos que amamos. Pero la verdad es que no podemos. Esta es la dolorosa realidad de vivir en un mundo caído.
Las lágrimas son parte de la vida
Las lágrimas son parte de la vida y una expresión del dolor que experimentamos. El pequeño libro del Eclesiastés nos prepara para interpretar nuestras lágrimas. En el tercer capítulo de su famoso poema, el autor identifica las etapas y tiempos marcados para nosotros en esta vida por nuestro Dios soberano, incluyendo las etapas de tristeza: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora […]. Tiempo de llorar…» (Ecl. 3:1, 4).
Si para ti es «tiempo para llorar», tu sentimiento no es falta de fe: Dios ha designado tus lágrimas, y es apropiado llorar. Aunque parezca que no volverás a ser feliz, tu llanto no durará para siempre. El llanto tiene su tiempo, es decir, tiene una fecha de inicio y de fin.
Esto no quiere decir que un día dejará de conmoverte lo que ahora te provoca las lágrimas; ciertas experiencias dolorosas permanecerán siempre con nosotros. Pero Eclesiastés nos enseña que Dios también ha establecido un «tiempo de reír» (Ecl. 3:4). O, como dice el salmista: «Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría» (Sal. 30:5). Aunque sea difícil de creer ahora mismo, algún día volverás a reír.
Es cierto que en tiempos de dolor es difícil ver más allá de las lágrimas, es difícil imaginar que se pase de un tiempo de dolor a uno de alegría. Pero en las épocas de tristeza ocurre más de lo que nos imaginamos.
Lo que sabemos (y lo que no)
En su infinita sabiduría, nuestro Padre celestial está tejiendo los dolorosos hilos de nuestra vida y formando un gran diseño; está haciendo algo hermoso de nuestras lágrimas: «Todo [incluso los tiempos de tristeza] lo hizo hermoso en su tiempo» (Ecl. 3:11). Rara vez, sin embargo, nos percatamos de la belleza que Dios está creando. Nuestra visión está llena de la devastación de nuestro sufrimiento y las preguntas se desbordan con nuestras lágrimas. ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué esto? ¿Cómo puede algo bueno venir de tanto dolor?
Es parte de nuestro ADN querer saber y entender. Reconocemos que hay un cuadro más grande, un propósito más amplio para nuestro sufrimiento, porque Dios «ha puesto eternidad en [nuestro] corazón» (Ecl. 3:11). Queremos averiguar lo que Dios está haciendo, pero nos detenemos cuando descubrimos que Dios también ha puesto limitaciones a nuestra capacidad de comprensión: «Sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin» (Ecl. 3:11). Esta capacidad de percibir, y sin embargo no percibir, es una obra de Dios.
En otras palabras, tanto nuestro deseo de dar sentido a nuestras lágrimas como nuestra incapacidad de darles sentido han sido ordenados por Dios. Como escribe J. I. Packer, Dios «nos ha ocultado casi todo lo que quisiéramos saber sobre los propósitos providenciales que está llevando a cabo […] en nuestras propias vidas». Cuando aceptamos que sabemos algo, pero no podemos saberlo todo, dejaremos de esforzarnos por averiguarlo todo. Nuestra angustia disminuirá y una dulce paz impregnará nuestras almas. Podemos simplemente llorar ante nuestro Señor y confiar en él para crear algo hermoso para su gloria.
Puntos brillantes en temporadas de crisis
Para ayudarnos a soportar los tiempos de dolor, Dios nos da regalos cada día, y son sorprendentes. «También que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor» (Ecl. 3:13). Normalmente pensamos en la comida y la bebida solo como un alimento para nuestros cuerpos, pero son más que un combustible para vivir. Como escribe Juan Calvino: «Si reflexionamos sobre el fin con el que Dios creó el alimento, descubriremos que su intención no era solo proveer a la necesidad, sino también al deleite y al buen humor».
Durante un tiempo de llanto para mí (y para toda mi familia), un amigo nos envió croissants de chocolate con la famosa cita de Samuel Rutherford escrita en la tarjeta (solo ligeramente reformulada): «Cuando estoy en el sótano de la aflicción, busco los más selectos [croissants] del Señor». No solo eran los mejores croissants que he comido, sino que también me trajeron alegría en medio de una temporada sombría.
Al mismo tiempo, estaba ayudando a una de mis hijas a lanzar su pequeño negocio; no es algo que hubiéramos empezado si hubiéramos sabido lo que se avecinaba. Pero cada día, mientras trabajábamos desde la mañana hasta la noche, estableciendo un espacio de trabajo, ordenando suministros, enmarcando obras de arte, cumpliendo órdenes, nos dimos cuenta de que Dios había provisto este esfuerzo como una útil distracción de nuestro dolor. Los simples placeres de la comida, la bebida y el trabajo son realmente maravillosos regalos de Dios en tiempos de llanto.
Tiempo de llorar y de crecer
Cuando nos dirigimos a Dios con nuestras lágrimas, los momentos de llanto también se convierten en nuestros momentos de mayor crecimiento. Eclesiastés nos enseña que Dios usa nuestro tiempo de dolor para enseñarnos a temerle: «Y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres» (Ecl. 3:14).
Aunque parezca que nos hemos estancado, o incluso divagamos espiritualmente en medio de nuestras lágrimas, es todo lo contrario. Dios está trabajando en nuestras vidas para hacer crecer la piedad. Él designa un «tiempo para llorar» para revelarse a nosotros de maneras más profundas de lo que nunca hemos conocido. Él nos está guiando soberanamente a través de este valle de lágrimas para que podamos llegar a confiar y atesorar a Jesucristo por encima de todo.
Así que, a mi nuera y a todos los que están llorando: miren a Cristo, nuestro Salvador, que caminó por esta tierra, lloró por la humanidad pecadora y sufriente, y fue a la cruz en nuestro lugar. No importa cuán larga y dura sea esta temporada dolorosa, que encuentres consuelo al recordar la verdad de Eclesiastés 3: Dios está creando belleza, proveyéndote de regalos cada día, y enseñándote a temerle.
Y un día, pronto, ya no habrá «tiempo para llorar». Porque «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:4).
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Carolyn Mahaney es la esposa de un pastor y ama de casa que ha escrito varios libros con su hija, incluyendo True Feelings y True Beauty. Actualmente están escribiendo un libro sobre Eclesiastés. Carolyn y su marido, CJ, tienen cuatro hijos y doce nietos.