La fe que salva no consiste meramente en creer que somos perdonados. La fe que salva mira al horror del pecado y luego mira a la santidad de Dios, y comprende espiritualmente que el perdón de Dios es inexplicablemente glorioso.
Fe en el perdón de Dios no es simplemente la convicción de que ya somos libres. Significa que disfrutamos de la verdad de que un Dios perdonador es la realidad más preciada del universo. La fe salvadora atesora el perdón de Dios a nosotros, y de ahí nace el atesorar al Dios que perdona y todo lo que él es para nosotros en Jesús.
El gran acto del perdón es pasado: la cruz de Cristo. Al mirar hacia atrás aprendemos sobre la gracia en la que estaremos parados para siempre (Romanos 5:2). Aprendemos que ahora y siempre seremos amados y aceptos. Aprendemos que el Dios viviente es un Dios perdonador.
Pero la experiencia grandiosa de ser perdonado existe en el futuro. La comunión con el Dios grandioso que perdona es futura. La libertad para perdonar que fluye de esta completamente gratificante comunión con el Dios que perdona está en el futuro.
He aprendido que es posible continuar guardando rencor si nuestra fe solo implicara que hemos mirado hacia atrás, a la cruz, y hemos concluido que ya somos libres. Me he visto obligado a profundizar acerca de lo que es una fe verdadera: es ser satisfechos con todo lo que Dios es por nosotros en Jesús. No mira hacia atrás simplemente para descubrir que hemos sido liberados, sino para ver y gustar del Dios que nos ofrece un futuro con un sinfín de mañanas en las que estamos reconciliados y en comunión con él.