La actriz Emma Thompson, de 58 años, habló recientemente sobre el productor de cine y supuesto depredador de mujeres, Harvey Weinstein, diciendo que él es solo la punta del iceberg de una epidemia en Hollywood. Los hombres que abusan de su poder para forzar las relaciones sexuales con las mujeres menos poderosas son, según ella, un reflejo de nuestra «crisis de masculinidad» cultural.
¿Cuántos otros buitres merodean por los hoteles de Hollywood?
«Muchos —dijo Thompson —. Tal vez no hasta ese punto. ¿Tienen que ser todos tan malos como él para que cuente? ¿Solo cuenta si realmente se lo has hecho a montones de mujeres? ¿O cuenta hacerlo a una sola mujer una vez? Esto es parte de nuestro mundo (el mundo de las mujeres) desde tiempos inmemoriales».
El aluvión de noticias recientes nos deja con algunas dudas. ¿El escándalo de Weinstein en Hollywood pronto explotará a niveles del escándalo de la iglesia católica? ¿Qué tan lejos resonará este escándalo? ¿Cuántas poderosas élites de Hollywood serán expuestas e implicadas? ¿Y cómo Weinstein, regañado durante mucho tiempo por sus insinuaciones sexuales no deseadas, encontró un célebre hogar en la política liberal durante tanto tiempo?
Lo que el último año ha dejado claro es que los hombres pecadores con influencia y autoridad a menudo se aprovechan de las mujeres que carecen de ellas (es un problema para las elites más poderosas de la derecha, y ahora claramente un problema para las élites más poderosas de la izquierda). Es una crisis de masculinidad para todos.
Y, como dijo Thompson, ha existido desde tiempos inmemoriales.
David y Betsabé
La historia de un productor de cine de alto poder que invita a una aspirante a actriz a su habitación de hotel, insinuándosele y pidiendo un masaje (o peor), debería hacernos sentir incómodos. Pero la historia no es nueva.
En su versión más infame, leemos sobre el pecado del rey David, el mal uso de su autoridad, y el abuso de una mujer (2 S. 11:1-12:23).
De pie en su azotea, mirando hacia abajo sobre la ciudad bajo su control, David vio a una mujer bañándose. Lo que vio en la desnudez de Betsabé no fue una mujer al final de un largo día tomando un relajante baño de burbujas. Como cualquier otra mujer judía devota, Betsabé probablemente se bañaba una vez al mes, una necesidad ceremonial, un acto de fe que se ajustaba a su ciclo biológico (ver 2 S. 11:4).
Fundamentalmente, lo que David contempló fue el acto de santa obediencia de Betsabé al mandato de Dios, una parte esencial de su fe y pureza, ya que formaba parte de la restauración de su disponibilidad sexual a su marido, un marido que en ese momento estaba fuera para luchar en la guerra del rey.
David convirtió este momento tan privado de Betsabé en un momento de lujuriosa curiosidad y fantasía que le llevó a su propia auto gratificación.
Es el tipo de historia que debería hacernos sentir muy incómodos.
Sabemos hacia dónde se dirige la vergonzosa historia, desde la visión lujuriosa, hasta el abuso de su autoridad real para llamarla a su palacio, luego a su cama, y luego todas las consecuencias: el embarazo, el asesinato de su marido, la muerte del niño resultante, y la confusión familiar que se desataría en la propia casa de David como resultado; un pecado agravado por el siguiente pecado agravado por el siguiente pecado, todo ello conduce a una cascada de consecuencias.
El pecado
Lo que hace que toda esta tragedia sea más vívida son los relatos detallados que se nos dan del quebrantamiento y arrepentimiento de David después de haber sido «descubierto» por su maldad. Usando el proverbio de una depredación, el profeta Natán abre los ojos de David para verse a sí mismo como el ladrón egoísta de un placer ilegal (2 S. 12:1-15). El momento es tan codicioso e invasivo como se puede imaginar, el pecado de un hombre que nos recuerda el papel depredador que desempeñan los Weinsteins de Hollywood y los presentadores conservadores de la ciudad de Nueva York.
Además de todo esto, tenemos un salmo completo en donde David detalla su confesión ante Dios. Allí David confiesa que su pecado «está siempre delante de mí». Ha pecado contra una mujer, contra su marido, contra su ejército y contra su reino. Aun así, todo eso es superado por su ofensa contra Dios. David confiesa en oración: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos» (Sal. 51:3-4).
La mirada lujuriosa de David hacia Betsabé fue un pecado contra Dios porque, entre otras razones, se aprovechó de ella en su obediencia a Dios. Ella estaba siguiendo a Dios. Vivía en un momento en el que la obediencia requería cuidado personal. Y fue en este momento que David vio una oportunidad de aprovecharse.
David estaba cegado por su lujuria al ver a una mujer que honraba a Dios. El fracaso de la masculinidad (de hecho, su fracaso como gobernante) se consumó al no proteger la obediencia de Betsabé a Dios. Y esto está en el corazón de nuestra crisis de masculinidad hoy en día: hombres cuyo egocentrismo no puede apreciar la santa belleza del acto de obediencia de una mujer al llamado de Dios sobre su vida. Ya sea una actriz a la que Dios ha llamado y dotado para actuar, o una mujer dotada por Dios para cantar y actuar en el escenario, o una mujer que trabaja bajo la autoridad de un poderoso jefe masculino; toda mujer debe ser protegida por su obediencia al designio de Dios para su vida.
La verdadera masculinidad
Ya sea que se trate de sacerdotes católicos romanos, poderosos presentadores de televisión, directores de Hollywood, autoridades masculinas en la gimnasia femenina, o cualquier otra posición de poder masculino, sigue habiendo una crisis de masculinidad; una crisis de saber que la verdadera masculinidad es la entrega de sí mismo por el beneficio y el florecimiento de las mujeres.
Somos llamados a enseñar a nuestros chicos que las chicas en sus escuelas están viviendo sus vidas ante Dios, y probablemente sean llamadas a ser esposas de otros hombres. Debemos seguir diciendo a los hombres casados que su esposa no es su posesión, sino la de Dios, para ser protegida y custodiada mientras cumple su fiel obediencia a Dios.
Esta crisis de la masculinidad es una vieja historia, una vieja tragedia, desde tiempos inmemoriales. Afecta a la izquierda y a la derecha. Y todos los hombres estaríamos atrapados sin esperanza en este pecado, si no fuera por otro Rey, uno más grande que David, que pudo encontrarse con una mujer vulnerable en un pozo remoto, no para aprovecharse de ella, sino para darle la alegría eterna.
En él todavía podemos esperar el resurgimiento de la gloriosa masculinidad que Dios pretendía: hombres que no se empeñan en tomar, sino en dar. Hombres que no se preocupan por la auto gratificación, sino que están dispuestos a sacrificarse por el bien de la mujer.
Tony Reinke es el escritor principal de Desiring God y autor de Competing Spectacles (2019), 12 Ways Your Phone Is Changing You (2017), John Newton on the Christian Life (2015), y Lit! A Christian Guide to Reading Books (2011). Es el anfitrión del podcast Ask Pastor John y vive en el Phoenix con su esposa y tres hijos.