Jesús es la persona que buscan

El último capítulo de Mateo es una ventana que se
abre ante el glorioso amanecer del Cristo
resucitado. A través de ella, se pueden divisar
al menos tres cimas imponentes en la cordillera
del carácter de Cristo: la cima de su poder, la
cima de su bondad y la cima de su resolución.

Todos sabemos en nuestro corazón que si el Cristo
resucitado ha de satisfacer nuestro deseo de
admirar la grandeza, Él debe ser grandioso.

La gente que es demasiado débil para llevar a
cabo sus planes no puede satisfacer nuestro deseo
de admirar la grandeza. Admiramos aún menos a las
personas que no tienen metas en la vida. Y
todavía menos a aquellos cuyos planes son
meramente egoístas y crueles.

Anhelamos ver y conocer a una Persona cuyo poder
es ilimitado, cuyo corazón es sensible y
bondadoso, y cuyo propósito es único y firme.

Los novelistas y los poetas y los guionistas
de películas y de programas de televisión, de vez
en cuando, crean una sombra de esta Persona. Pero
no pueden satisfacer nuestra sed de admirar más
que lo que la revista National Geographic de este
mes puede satisfacer mi deseo de ver el Gran Cañón.

Necesitamos lo verdadero. Debemos ver el Original
de todo poder y bondad y propósito. Debemos ver
y adorar al Cristo resucitado.

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