El hedonismo cristiano indica que, para el cristiano,
hay distintas formas de regocijarse en el
sufrimiento. Todas son como expresiones de la
gracia de Dios que todo lo satisface y en todo es
suficiente.
Una forma de regocijarnos en el sufrimiento es
fijar nuestra mirada en la grandeza de la
recompensa que obtendremos en la resurrección.
El resultado de este tipo de enfoque es que nuestra
aflicción presente se vuelve pequeña en
comparación con lo que ha de venir: «Pues considero
que los sufrimientos de este tiempo presente no
son dignos de ser comparados con la gloria que
nos ha de ser revelada» (Romanos 8:18; ver
2 Corintios 4:16-18). Regocijarnos al pensar en
nuestra recompensa no solo hace que el sufrimiento
sea tolerable, sino que también hace que el amor
sea posible.
«Amad a vuestros enemigos, y haced bien, y
prestad no esperando nada a cambio, y vuestra
recompensa será grande» (Lucas 6:35). Sea generoso
con los pobres y, como dice Lucas 14:14:
«serás bienaventurado, ya que ellos no tienen para
recompensarte; pues tú serás recompensado en la
resurrección de los justos».
Otra forma de regocijarse en el sufrimiento es
sufrir con la convicción de la esperanza. El gozo
en las aflicciones está arraigado a la esperanza
de la resurrección, pero nuestra experiencia en el
sufrimiento también hace crecer la raíz de esa
esperanza.
Por ejemplo, Pablo dice: «Nos gloriamos en las
tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce
paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el
carácter probado, esperanza» (Romanos 5:3-4).
En este pasaje, el gozo de Pablo no se basa
simplemente en la gran recompensa, sino en los
efectos que el sufrimiento produce al consolidar
su esperanza en esa recompensa. Las aflicciones
producen paciencia, y la paciencia, una sensación
de que nuestra fe es real y genuina, y eso
fortalece nuestra esperanza de que en verdad
ganaremos a Cristo.
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