El Espíritu vino a nosotros por primera vez cuando creímos en las promesas de Dios, compradas por sangre. Y el Espíritu continúa viniendo a nosotros y obrando en nosotros por este mismo medio.
Pablo hace una pregunta retórica: «Aquel, pues, que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?» (Gálatas 3:5). La respuesta: «por el oír con fe».
Por lo tanto, el Espíritu vino la primera vez, y continúa siendo suministrado, por el canal de la fe. Lo que él produce en nosotros es por medio de la fe.
Si ustedes son como yo, de tiempo en tiempo tienen un ardiente deseo de ver la obra maravillosa del Espíritu Santo en su vida. Puede que clamen a Dios por la llenura del Espíritu en su vida, o en su familia, o la iglesia o ciudad. Esos clamores son buenos y correctos. Jesús dijo: «¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Lucas 11:13).
Pero lo que he encontrado con más frecuencia en mi vida es que no consigo abrirme totalmente a la obra del Espíritu, creyendo en las promesas de Dios. No me refiero meramente a la promesa de que el Espíritu vendrá cuando lo pidamos. Me refiero a todas las otras preciosas promesas que no son directamente acerca del Espíritu sino quizá acerca de la provisión de Dios para el futuro; por ejemplo: «mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19).
Esto es lo que falta en la experiencia de tantos cristianos que buscan el poder del Espíritu en su vida. El Espí?ritu nos es dado «por el oír con fe» (Gálatas 3:5) no solo por la fe en una o dos promesas acerca del Espí?ritu en sí, sino por las promesas acerca de la presencia de Dios, que satisface nuestra alma, en el futuro.