El 19 de octubre de 2014 es un día que nunca olvidaré. Es el día en que mi vida cambió para siempre.
Fui al hospital con lo que parecían ser síntomas menores, y en un instante, me ingresaron para una insoportablemente dolorosa estancia de diez días. Nunca podré describir adecuadamente el dolor que sentí. Era un dolor como nunca supe que existía, y después de un espasmo particularmente horrible y más largo de lo normal, miré a mi esposa, Luella, y le dije que deseaba morir.
Estaba en falla renal aguda, y si hubiera esperado otros siete o diez días para ir al hospital, no estaría escribiendo este artículo. Cuatro años y seis cirugías después, mis síntomas son relativamente soportables, pero he quedado como un hombre físicamente dañado.
Corazones bajo ataque
Mi experiencia traumática y los resultados que han alterado mi vida que la han acompañado fueron y son físicos. Pero mi experiencia de sufrimiento y tu experiencia de sufrimiento nunca se limitará solo al ámbito físico.
El sufrimiento es emocionalmente agotador y espiritualmente gravoso; es una guerra espiritual. El sufrimiento nunca es solo una cuestión del cuerpo, sino que siempre es también una cuestión del corazón. Cuando sufres, tu corazón es atacado. El sufrimiento nos lleva a las fronteras de nuestra fe. Nos lleva a pensar en cosas que nunca habíamos pensado y tal vez incluso a cuestionar cosas que creíamos que estaban asentadas en nuestros corazones.
Por si no lo has notado, no eres una máquina. Si algo funciona mal en una máquina, la máquina no siente ninguna tristeza, no tiene la tentación de preocuparse, no cuestiona creencias antiguas, no desea la vida de otra máquina y no le preocupa lo que le depare el futuro.
Por el glorioso designio de Dios, vivimos desde el corazón (Pr. 4:23; Mr. 7:14-23; Lc. 6:43-45). Pero demasiados de nosotros, mientras luchamos contra la causa aislada de nuestro sufrimiento, olvidamos luchar por nuestros corazones. Al hacerlo, nos dejamos llevar por un sufrimiento espiritual y emocional más complicado, más duradero y cada vez más doloroso.
Expuesto por el dolor
Es humillante admitirlo, pero mi experiencia física hizo dos cosas por mí. Primero, expuso un ídolo del «yo» que no sabía que estaba ahí. Tres años antes de enfermarme, perdí 18 kilogramos, cambié toda mi alimentación y comencé a hacer ejercicio con mayor disciplina.
Funcionó. Mantuve el peso y me sentí más joven y con más energía de la que había tenido durante años. Viajé todos los fines de semana a conferencias alrededor del mundo y escribí libro tras libro en este periodo. Miro hacia atrás y veo que viví con sentimientos de invencibilidad. No era un hombre joven, pero me sentía como si estuviera mejor que nunca.
Cuando me di cuenta de que estaba muy enfermo y de que la debilidad y la fatiga me acompañaría el resto de mi vida, el golpe no fue solo físico, sino también emocional y espiritual. No solo sufrí el dolor físico, sino también el dolor aún más profundo de la muerte de mi ilusión de invencibilidad y el orgullo de la productividad. Estos son problemas de identidad sutiles, pero profundamente arraigados. Les habría dicho que mi identidad estaba firmemente arraigada en Cristo, y hay formas significativas en las que lo estaba. Pero debajo había indicios de autosuficiencia.
La segunda cosa maravillosa (y dolorosa) que mi experiencia expuso fue la falta de confianza en depender por completo de Dios. La debilidad simplemente demuestra lo que ha sido cierto todo el tiempo: dependemos por completo de Dios para la vida, el aliento y todo lo demás.
Pablo dice en 2 Corintios 12:9 que se jactará de su debilidad. Ha llegado a saber que el poder de Dios se perfecciona en su debilidad. Verás, tú y yo no debemos temer a la debilidad. Debemos temer a nuestra ilusión de fortaleza. La gente fuerte tiende a no pedir ayuda, porque piensan que no la necesitan. Cuando se ha demostrado que eres débil, aprovechas los interminables recursos del poder divino que son tuyos en Cristo. En mi debilidad he conocido una fuerza que no conocía antes.
No hay valle demasiado profundo
¿Estás sufriendo ahora mismo? Si no, algún día lo harás. Mientras tanto, mira a tu alrededor, porque alguien cercano a ti lo está. En medio de tu dolor o el de alguien más, no descuides el corazón y las batallas espirituales y emocionales que se libran por controlarlo.
Recuerda que las cosas dolorosas con las que lidiamos no son un accidente, mala suerte, o una indicación de un fracaso masivo del plan de Dios. Observa cómo la Biblia habla de nuestra experiencia en el aquí y ahora:
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos (2 Co. 4:7-10).
Dios nos permite vivir en este mundo caído porque lo que produce en nosotros es mucho mejor que la vida cómoda que todos queremos. No siempre me he sentido así, pero es cierto que en nuestro sufrimiento Dios no nos quita, sino que nos provee.
Ten esperanza. La Escritura nunca desprecia al que sufre, nunca se burla de nuestro dolor, nunca hace oídos sordos a nuestros clamor, y nunca nos condena por nuestra lucha. La Biblia presenta al sufriente un Dios que entiende, que se preocupa, que nos invita a acudir a él en busca de ayuda, y que promete un día acabar con todo sufrimiento de cualquier tipo de una vez por todas.
Tu Señor está en ti, está contigo, y está a favor tuyo aquí y ahora. Así que, con valor del evangelio, sigue caminando con fe, sabiendo que no hay ningún valle de sufrimiento tan profundo que la gracia de Dios en Jesús no alcance.
Paul Tripp es un pastor y autor de más de 20 libros, incluyendo My Heart Cries Out: Gospel Meditations for Everyday Life.