El propósito principal del ministerio

No miremos al costo momentáneo del amor ni
retrocedamos en nuestra confianza en las
promesas de Dios, que son infinitamente
superiores. No solamente terminaríamos
perdiendo las promesas, sino que también
acabaríamos destruidos.

Acá está en juego el infierno, no solo la
pérdida de algunas recompensas extra.
El versículo 39 dice: «no somos de los que
retroceden para perdición». Eso significa
juicio eterno.

Es por eso que nos advertimos unos a otros:
no nos dejemos arrastrar. No amemos al mundo.
No empecemos a pensar que nada muy importante
está en juego. Temamos la terrible
posibilidad de no poder deleitarnos en las
promesas de Dios más que en las promesas que
el pecado ofrece.

Pero, principalmente, enfoquémonos en lo
preciosas que son las promesas de Dios, y
ayudémonos unos a otros a valorar por sobre
todas las cosas lo grande que es la recompensa
que Cristo ha adquirido para nosotros.
Digámonos unos a otros lo que el versículo 35
dice: «Por tanto, no desechéis vuestra
confianza, la cual tiene gran recompensa».
Y luego ayudémonos mutuamente a apreciar la
grandeza de la recompensa.

Creo que esa es la principal tarea de la
predicación y el objetivo fundamental de
reunirse en grupos pequeños y de todos los
ministerios de la iglesia: ayudar a las
personas a ver la grandeza de lo que Cristo ha
adquirido para todos aquellos que valoran eso
más que lo que el mundo ofrece. Ayudar a otros
a ver esta verdad y a gozarse en ella, para
que así el valor superior de Dios resplandezca
en la satisfacción de ellos y en los sacrificios
que esto conlleve.

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