Si nuestro ministerio fuera dar testimonio de Cristo mañana en medio de alguna situación desagradable, la clave no sería nuestra genialidad: la clave sería la abundante gracia venidera.
Entre todas las personas, los apóstoles parecían necesitar la mínima ayuda para ofrecer un testimonio convincente del Cristo resucitado. Habían estado con él por tres años. Lo habían visto morir. Lo habían visto vivo. En su arsenal para testificar tenían «muchas pruebas» (Hechos 1:3). Podríamos pensar que, de todas las personas en aquellos primeros días, el ministerio de ellos de dar testimonio se sustentaría a sí mismo por el vigor de las glorias pasadas que aún eran vívidas.
Pero eso no es lo que dice el libro de los Hechos de los Apóstoles. El poder para dar testimonio con fidelidad y eficacia no provino principalmente de los recuerdos de la gracia, o de reservas de conocimiento; provino de nuevas manifestaciones de «abundante gracia». De esta manera fue para los apóstoles, y de esta manera lo será para nosotros en nuestro ministerio como testigos.
Cualesquiera que sean las señales y prodigios que Dios quiera mostrar para ampliar nuestro testimonio de Cristo, vendrán de la misma manera en que vinieron para Esteban. «Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo» (Hechos 6:8).
Hay una extraordinaria gracia venidera y un maravilloso poder con los que podemos contar en momentos de crisis de necesidad específica en nuestro ministerio. Es un acto de poder que se renueva por el cual Dios «[confirma] la palabra de su gracia» (Hechos 14:3; ver también Hebreos 2:4). La gracia del poder testifica de la gracia de la verdad.