Jesús no se quedará de brazos cruzados, dejándonos
en la incredulidad, sin antes dar batalla. Él toma
el arma de la Palabra y la pronuncia
con poder para todos aquellos que luchan por creer.
Su fin es derrotar al temor de que Dios
no es el tipo de Dios que realmente quiere ser
bueno con nosotros, o en otras palabras, que Él
no es verdaderamente generoso y ayudador y amable
y tierno, sino que básicamente está irritado con
nosotros enojado y con mala predisposición.
En ocasiones, aunque creamos en nuestra mente que
Dios es bueno con nosotros, es probable que sintamos
que su bondad es de alguna manera forzada
u obligada. Quizá como si fuera un juez acorralado
por algún abogado astuto debido a un tecnicismo
de procedencia jurídica, de modo que el juez
tuviera que retirar los cargos contra el prisionero,
a quien realmente preferiría enviar a la cárcel.
Pero Jesús se esfuerza para que no nos sintamos
de esa manera hacia Dios. En este versículo,
él está tratando por todos los medios de describirnos
el indescriptible valor y la excelencia del alma
de Dios al enseñarnos el placer ilimitado que
le da el entregarnos el reino.
«No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre
le ha placido daros el reino». Cada palabra
de esta maravillosa oración es intencionada y busca
quitar el temor con el que Jesús sabe que luchamos:
que Dios nos da con resentimiento sus beneficios;
que él se siente forzado y obligado cuando hace cosas
buenas por nosotros; que en el fondo está enojado
y ama ventilar su enojo.
Esta una oración acerca de la naturaleza de Dios.
Acerca del tipo de corazón que Dios tiene.
Es un versículo acerca de lo que hace feliz a Dios
no meramente acerca de lo que Dios hará o tiene
que hacer, sino más bien de lo que él disfruta hacer,
lo que ama hacer y lo que le da placer hacer.
Cada palabra cuenta.