No hay razón para dar por sentado que el
cielo debería recibir a los pecadores con
una cálida bienvenida.
Dios es santo, puro y perfectamente justo.
No obstante, la Biblia entera es la historia
de cómo un Dios tan grande y santo puede dar
la bienvenida a personas tan contaminadas como
usted y yo en su presencia.
¿Cómo puede ser posible?
Hebreos 9:25 dice que el sacrificio de Cristo
por el pecado no es como los sacrificios de
los sumos sacerdotes judíos. Ellos entraban en
el lugar santo todos los años con un animal
para sacrificar por la expiación de los pecados
del pueblo. Sin embargo, este pasaje dice que
Cristo no entró en los cielos «para ofrecerse
a sí mismo muchas veces… de otra manera le
hubiera sido necesario sufrir muchas veces
desde la fundación del mundo».
Si Cristo se hubiera determinado a seguir el
modelo de los sacerdotes, entonces tendría que
morir todos los años. Y ya que los pecados que
habían de ser cubiertos por su sangre incluyen
los pecados de Adán y Eva, tendría que haber
empezado a morir anualmente desde la fundación
del mundo. Pero el escritor de la carta
considera que esta posibilidad es inconcebible.
¿Por qué es inconcebible? Porque haría que la
muerte del Hijo de Dios se vea como un acto
débil e ineficaz. Si hiciera falta repetirlo
año tras año durante siglos, ¿cuál sería la
victoria? ¿Dónde veríamos el valor
inconmensurable del sacrificio del Hijo?
Se desvanecería en la vergüenza de una muerte
y sufrimiento anuales.
Hubo vergüenza en la cruz, pero fue un oprobio
triunfante: «[menospreció] la vergüenza, y se
ha sentado a la diestra del trono de Dios»
(Hebreos 12:2).
Este es el evangelio de la gloria de Cristo, la
imagen de Dios (2 Corintios 4:4). Oro para que,
sin importar cuán corrompido esté usted por el
pecado, pueda ver la luz de esta gloria y creer.
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