El amor más grande

¿Por qué debemos enfatizar que Dios ama,
perdona y salva para su propia gloria? He
aquí dos razones (entre muchas otras):

1) Porque la Biblia lo hace
Yo, yo soy el que borro tus transgresiones por
amor a mí mismo, y no recordaré tus pecados
(Isaías 43:25).

Por amor de tu nombre, oh Jehová, perdonarás
también mi pecado, que es grande (Salmos 25:11).
Ayúdanos oh Dios de nuestra salvación, por la
gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros
pecados por amor de tu nombre
(Salmos 79:9).

Aunque nuestras iniquidades testifican contra
nosotros, oh Señor, obra por amor de tu nombre.
En verdad han sido muchas nuestras apostasías,
contra ti hemos pecado
(Jeremías 14:7).

Reconocemos, oh Señor, nuestra impiedad, la
iniquidad de nuestros padres, pues hemos pecado
contra ti. No nos desprecies, por amor a tu
nombre, no deshonres el trono de tu gloria…
(Jeremías 14:20-21).

Dios exhibió públicamente a Cristo como
propiciación por su sangre a través de la fe,
como demostración de su justicia, porque en su
tolerancia, Dios pasó por alto los pecados
cometidos anteriormente, para demostrar en este
tiempo su justicia, a fin de que él sea justo
y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús
(Romanos 3:25-26).

Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros
pecados os han sido perdonados por su nombre
(1 Juan 2:12).

2) Porque está claro que Dios nos ama con el
amor más grande
Padre, quiero que los que me has dado, estén
también conmigo donde yo estoy, para que vean
mi gloria (Juan 17:24).

Dios nos ama no de una manera que nos hace
supremos a nosotros, sino de una manera que lo
hace supremo a él mismo. El cielo no será una
sala de espejos, sino una creciente visión de
grandeza infinita. Llegar al cielo para descubrir
que somos supremos sería una defraudación
completa.

El amor más grande se asegura de que Dios haga
todo de manera tal que mantenga y magnifique su
propia supremacía, para que así, cuando lleguemos,
tengamos algo que engrandezca nuestro gozo para
siempre: la gloria de Dios. El amor más grande
consiste en que Dios se da a sí mismo a nosotros
para nuestro gozo eterno, a costa de la vida de
su Hijo (Romanos 8:32).

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