La palabra soberanía (como la palabra trinidad)
no aparece en la Biblia. La usamos para
referirnos a la siguiente verdad: Dios está en
total control del mundo, desde la más grande
intriga internacional, hasta la caída del
pajarillo más pequeño en el bosque.
La Biblia lo explica de la siguiente manera:
«Yo soy Dios, y no hay ninguno como yo…
Mi propósito será establecido, y todo lo que
quiero realizaré» (Isaías 46:10).
«El actúa conforme a su voluntad en el ejército
del cielo y entre los habitantes de la tierra;
nadie puede detener su mano, ni decirle:
¿Qué has hecho?» (Daniel 4:35). «Pero Él es único,
¿y quién le hará cambiar? Lo que desea su alma,
eso hace. Porque Él hace lo que está determinado
para mí» (Job 23:13-14). «Nuestro Dios está en
los cielos; Él hace lo que le place»
(Salmos 115:3).
Una razón por la que esta doctrina es tan
preciosa para los creyentes es que sabemos que
el gran deseo de Dios es mostrar misericordia y
bondad a aquellos que en él confían (Efesios 2:7;
Salmos 37:3-7; Proverbios 29:25). La soberanía de
Dios significa que sus designios para nosotros no
pueden ser frustrados.
Nada, absolutamente nada, le ocurre a aquellos
que «aman a Dios y que son llamados conforme a su
propósito» sino solo lo que es para nuestro más
profundo bien (Salmos 84:11).
Por lo tanto, la misericordia y la soberanía de
Dios son los dos pilares mellizos de mi vida.
Son la esperanza de mi futuro, la energía de mi
servicio, el centro de mi teología, el vínculo en
mi matrimonio, la mejor medicina para toda
enfermedad, el remedio para todo desaliento.
Y cuando llegue el día de mi muerte (ya sea tarde
o temprano), estas dos verdades estarán paradas al
lado de mi cama con manos infinitamente fuertes y
tiernas levantándome hacia Dios.
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