¿Y qué pasó con los otros diez apóstoles (sin
contar a Judas)?
Satanás también los iba a zarandear a ellos.
¿Acaso Jesús oró por los otros diez?
Sí, lo hizo, pero no le pidió al Padre que
guardara la fe de ellos de la misma manera en que
guardaría la fe de Pedro.
Dios rompió la espina dorsal del orgullo y la
autosuficiencia de Pedro esa noche en la agonía
del ataque satánico, pero no lo dejó ir. Hizo que
volviera y lo perdonó y lo restauró y fortaleció
su fe. Y ahora la misión de Pedro sería fortalecer
a los otros diez.
Jesús ayudó a los diez ayudando a Pedro.
El fortalecido se convierte en el fortalecedor.
Aquí hay una gran lección para nosotros. Algunas
veces Dios lidia con nosotros directamente,
fortaleciendo nuestra fe estando solos en la
madrugada. Pero la mayor parte de las veces
(podríamos decir diez de cada once veces), Dios
fortalece nuestra fe a través de otra persona.
Dios nos envía algún Simón Pedro, quien nos da
las palabras de gracia precisas que necesitamos
para seguir en fe: algún testimonio sobre cómo
«el llanto puede durar toda la noche, pero a la
mañana vendrá el grito de alegría»
(Salmos 30:5).
La seguridad eterna es un proyecto comunitario.
Cuando Dios aliente nuestro corazón con la promesa
de que en medio del zarandeo de Satanás nuestra
fe no faltará, tomemos este estímulo y dupliquemos
nuestro gozo al usarlo para fortalecer a nuestros
hermanos y hermanas.
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