En cualquier lugar que Pablo predicara, algunos
creían y otros no. ¿Cómo podemos entender por
qué algunos de los que están «muertos en delitos
y pecados» (Efesios 2:1,5) creyeron y otros no
lo hicieron?
La respuesta a por qué algunos no creyeron es
que ellos «desecharon» (Hechos 13:46) el mensaje
del evangelio porque era «necedad» para ellos y
«no pueden entenderlo» (1 Corintios 2:14).
La mente carnal «es enemiga de Dios, porque no
se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera
puede hacerlo»
(Romanos 8:7).
Aquellos que escuchan y rechazan el evangelio
«odian la luz» y no vienen a la luz para que
sus obras no sean expuestas (Juan 3:20).
Permanecen «entenebrecidos en su entendimiento
por causa de la ignorancia que hay en ellos,
por la dureza de su corazón» (Efesios 4:18).
Es una ignorancia culpable porque la verdad
está disponible, pero ellos «con injusticia
restringen la verdad»
(Romanos 1:18).
Ahora bien, dado que todos están en esta
condición de una rebelde dureza de corazón,
muertos en sus delitos, ¿por qué algunos creen?
El libro de Hechos ofrece la respuesta por lo
menos de tres maneras diferentes. Una es que
ellos están destinados a creer. Cuando Pablo
predicó en Antioquía de Pisidia, los gentiles
se regocijaron y «creyeron cuantos estaban
ordenados a vida eterna»
(Hechos 13:48).
Otra manera de responder a por qué algunos
creen es que Dios concede el arrepentimiento.
Cuando los santos de Jerusalén oyeron que los
gentiles, y no solo los judíos, estaban
respondiendo al evangelio, dijeron:
«Así que también a los gentiles ha concedido
Dios el arrepentimiento que conduce a la vida»
(Hechos 11:18).
Pero la respuesta más clara que hallamos en
Hechos a la pregunta de por qué una persona
cree el evangelio es que Dios abre el corazón.
Lidia es el mejor ejemplo. ¿Por qué creyó?
Hechos 16:14 dice: «y el Señor abrió su
corazón para que recibiera lo que Pablo decía».
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