La gratitud es el gozo en Dios por su gracia;
pero por su misma naturaleza, la gratitud
glorifica al dador. Reconoce la propia
necesidad y la caridad del dador.
Del mismo modo en que me humillo a mí mismo y
exalto a la mesera de un restaurante al decirle
«gracias», me humillo a mí mismo y exalto a Dios
Cuando siento gratitud hacia él. La diferencia,
por supuesto, está en que, en verdad, estoy
infinitamente en deuda con Dios por su gracia, y
todo lo que él hace por mí es gratuito e inmerecido.
Sin embargo, el punto es que la gratitud glorifica
al dador. Glorifica a Dios. Esa es la meta de
Pablo en todas sus labores: lo hace todo por el
bien de la iglesia, claro está; pero, más allá de
eso y por sobre todo, lo hace para la gloria de Dios.
Algo que es maravilloso en el evangelio es que la
reacción que se requiere de nosotros para la gloria
de Dios es la misma reacción que sentirnos más
natural y gozosa, es decir, la gratitud por la gracia.
La gloria de Dios y nuestro gozo no compiten entre sí.
Una vida que da gloria a Dios por su gracia y una
vida profundamente llena de gozo son siempre la
misma vida. Lo que las hace una es la gratitud.
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