Imaginemos que podemos disfrutar lo que es más
placentero con energía y pasión ilimitadas para
siempre.
Esta no es nuestra experiencia actual. Hay tres
cosas se interponen entre nosotros y nuestra total
satisfacción en este mundo:
1. Nada tiene un valor personal tan alto que pueda
satisfacer los deseos más profundos de nuestro
corazón.
2. Carecemos de las fuerzas para gozar al máximo
de los mejores tesoros.
3. Nuestras alegrías aquí? tienen un final. Nada
dura para siempre.
Pero si el objetivo de Jesús en Juan 17:26 se vuelve
realidad, todo esto cambiará.
Si el deleite de Dios en el Hijo se vuelve nuestro
placer, entonces el objeto de nuestro placer, Jesús,
será inagotable en valor personal. Él nunca se tornará
aburrido, ni decepcionante, ni frustrante. No hay
tesoro concebible que sea más grande que el Hijo de Dios.
Más aún, nuestra incapacidad para gustar de este
tesoro inagotable no será limitada por la
debilidad humana. Disfrutaremos del Hijo de Dios
con el mismo placer de su Padre.
El deleite de Dios en su Hijo estará en nosotros y
será nuestro. Y nunca acabará, porque el Padre y el
Hijo nunca dejarán de ser. El amor del uno por el
otro será nuestro amor por ellos y, por lo tanto,
nuestro amor por ellos nunca terminará.