Fue hace casi cuarenta años, pero lo recuerdo como si fuera ayer.
Después de una reunión vespertina en la iglesia, pasamos a un «servicio después del atardecer». Por primera vez en mi vida escuché y canté estas palabras, escritas por Laurie Klein:
Te amo Dios, y levanto mi voz
Para adorar y gozarme en ti
Regocíjate en mi canto, oh Rey
Que sea suave y hermoso a ti.
Me conmovió hasta las lágrimas, no solo la hermosa melodía, sino la comprensión de que mi deseo supremo en la vida era realmente amar al Señor. Ser agradable para él, traerle deleite. En el aparentemente constante remolino de tentaciones mundanas, distracciones sensuales y temporadas de apatía, tuve un momento de claridad. Amé al Señor.
La importancia del corazón
Decirle al Señor lo que sentimos por él es una parte sana y natural de nuestra relación con él.
Proclamar cosas verdaderas sobre Dios sin amarlo realmente puede tener consecuencias desastrosas. Como nos advierte el puritano John Owen: «Cuando la luz deja atrás los afectos, termina en formalidad o ateísmo».
Observamos ese énfasis en las páginas de las Escrituras. Antes de que los israelitas entraran en la Tierra Prometida, Moisés les recordó su mayor prioridad: «Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Dt. 6:5).
Los salmos están llenos de expresiones de pasión por Dios: cantando de alegría a Dios, buscándolo, teniendo sed de él, regocijándose en él, deseándolo, y más (Sal. 84:2; 63:1; 64:10; 73:25). Citando a Isaías, Jesús reprendió a un pueblo que «de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí» (Mt. 15:8). Pedro nos recuerda que, aunque no hayamos visto a Jesús, le amamos y nos gozamos con una alegría inefable y llena de gloria (1 P. 1:8).
Así que es justo que las frases de afecto a Dios encuentren su camino en las letras de las canciones que la iglesia entona. Y lo hacen: Jesús, te amamos. Me entrego por completo. Te adoro. Quiero alabarte. Estoy perdido sin ti. Jesús mío, te amo.
Cómo no adorar
Y aun así, es posible caer en abusos. Cuando nuestras canciones y oraciones están dominadas por lo que pensamos y sentimos sobre Dios y nos centramos menos en quién es y qué piensa y siente sobre nosotros, corremos el riesgo de alimentar nuestras emociones con más emociones. Podemos terminar adorando nuestra adoración.
¿Qué pensamientos pueden traer equilibrio cuando expresamos nuestro afecto por Dios en una canción? Puedo pensar en al menos cuatro.
1. La evidencia bíblica de la alabanza como expresión de nuestro amor a Dios es escasa.
Curiosamente, solo hay dos versículos en los Salmos donde el escritor dice explícitamente que ama al Señor. El primero es el Salmo 18:1: «Te amo, oh Jehová, fortaleza mía». El segundo es el Salmo 116:1: «Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas». En contraste, los salmistas hacen referencia al amor firme, leal y de pacto del Señor por su pueblo más de cien veces.
2. Nuestros sentimientos son inconstantes.
Es alentador quedar atrapados en un momento de pasión por el Señor, como me sucedió hace tantos años. ¿Pero qué pasa cuando tu amor por Dios se desvanece, cuando las palabras «te amo, Señor» suenen a hipocresía en tus labios? Es en esos momentos especialmente en los que necesito que me recuerden que mi relación con Dios no está alimentada o sostenida por mi devoción a él, sino por la suya hacia mí. Y esa devoción se demostró más clara y completamente cuando entregó a su único Hijo mientras colgaba de la cruz, soportando el castigo que yo merecía por mis pecados.
3. La adoración en el canto es más que una simple respuesta.
Contrario a lo que muchos piensan, cantar a Dios es más que expresar nuestros sentimientos por él. Colosenses 3:16 dice que nos enseñamos y exhortamos unos a otros. Efesios 5:19 dice que nos hablamos unos a otros. ¡Cantar es una experiencia educativa! Nos recordamos mutuamente lo que Dios ha dicho, cómo es, qué ha hecho, y por qué todas esas verdades lo hacen tan digno de nuestra alabanza, afecto y obediencia.
4. Mostramos nuestro amor a Dios obedeciendo sus mandamientos, no simplemente cantando sobre nuestros sentimientos hacia él.
Mi esposa y yo nos comprometemos a decirnos: «Te amo». En mensajes de texto, correos electrónicos, llamadas telefónicas y conversaciones cara a cara. Pero si nuestras palabras no están respaldadas por actos de alegre servicio, sacrificio y generosidad, suenan vacías, incluso egoístas. Derramar nuestros corazones a Dios en una canción puede ser edificante. Pero puede sustituir fácilmente a la adoración más importante de nuestras vidas que se revela a través de la obediencia a los mandatos de Dios y el amor a los que nos rodean.
En esto consiste el amor
Es bueno estar asombrado de que amo al Señor. Pero si veo las cosas con claridad, la realidad más maravillosa y fundamental es que me ama en mi pecado, mis defectos, mi apatía, mi distracción, mi insuficiencia, mi orgullo, mi egocentrismo, mi hipocresía y mi autocompasión.
Es una verdad transformadora que necesitamos que nos recuerden una y otra vez. Así que sí, cantemos, «te amo, Señor», con gratitud. Y pasemos aún más tiempo reflexionando sobre el infinitamente mayor amor que alimenta y permite el nuestro: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 4:10).
Bob Kauflin es el director de Sovereign Grace Music. Equipa a pastores y músicos en la teología y la práctica de la adoración congregacional, y sirve como pastor en la Iglesia Sovereign Grace en Louisville, Kentucky. Escribe en worshipmatters.com y es autor de True Worshipers: Seeking What Matters to God. Bob y su esposa, Julie, tienen seis hijos y un número creciente de nietos.