Hay dos formas de exaltar algo, o «magnificar»
su tamaño: con un microscopio o con un telescopio.
El primero hace que algo pequeño se vea más grande
de lo que es. El segundo hace que algo grande se
comience a ver tan grande como es en realidad.
Cuando David dice: «con acción de gracias le
magnificaré», no está queriendo decir que hará que
un Dios pequeño se vea más grande de lo que es,
sino más bien: «Haré que un Dios grande empiece a
verse tan grande como en realidad es».
No fuimos creados para ser como microscopios, sino
telescopios. Los cristianos no fuimos llamados a
ser vendedores astutos que magnifican su producto
fuera de proporción cuando ellos saben que el
producto de sus competidores es superior. No hay nada
ni nadie que supere a Dios. Por lo tanto, el llamado
para aquellos que aman a Dios es a hacer que la
grandeza de Dios se comience a ver tan inmensa como
en realidad es.
Todo el deber cristiano se puede resumir en sentir,
pensar y actuar de modo que Dios se vea tan grandioso
como en realidad es; ser para el mundo un telescopio
de la inconmensurable riqueza de la gloria de Dios.
Ese es el significado de magnificar a Dios para los
cristianos. Pero no podemos magnificar aquello que
no hemos visto o que hemos olvidado rápidamente.
Por lo tanto, nuestra primera tarea es ver y recordar
la grandeza y la bondad de Dios. Por eso oramos a Dios:
«abre los ojos de mi corazón»; y predicamos a nuestras
almas: «alma mía… no olvides ninguno de sus beneficios».
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